Iglesia

¿LAICISMO O ANTICATOLICISMO?

Por Alberto González Cáceres.-

Una reciente visita a las ruinas de la “Ciudad Sagrada de Caral” al norte de Lima, nos obliga a contestar a las constantes infamias y ataques que en los días de hoy prodigan un grupo de gente de mala entraña, contra la irreprochable presencia de la Iglesia Católica en el Perú y su invalorable, indiscutible e incalculable contribución en la forja de nuestra patria; de tal modo que hoy en día es imposible separar a la Iglesia Católica y a la nación peruana, de su formación, de su pasado, de su presente y por supuesto de su futuro, pues a pesar que les duela a algunos cuantos que constantemente se embeben y embrutecen con el agrio trago del orgullo y del amor propio; nuestra historia y nuestro futuro no puede estar separada de la Iglesia, pues es parte de nuestra esencia, es parte de nuestra cultura, de nuestras tradiciones, de nuestras lenguas, propias de un país dichosamente mestizo.

Y decimos que se nos obliga a escribir a propósito de una reciente visita a la Ciudadela de Caral, por cuanto sobre la cumbre de la una de sus pirámides truncas nos relatan que se encontraron los restos mortales, con pies y manos atados, de un varón de aproximadamente 25 años que había sido “sacrificado a los dioses”, masacrado con un golpe mortal de una gran piedra que le quebró todos los huesos de la cara y otros dos fuertes golpes en la nuca que terminaron por quitarle la vida. Esto nos confirma una vez más la frecuente brutalidad de la vida durante el Perú Prehispánico, en el que los historiadores ya han demostrado que los sacrificios humanos, la esclavitud, la mutilación, el despojo y violación de las mujeres de los vencidos era una constante por más de 1000 años, en otras palabras la carencia de cualquier derecho humano.

Sobre la vida de este joven nadie dice nada y tampoco sobre los miles de hombres y mujeres que fueron obligados en esclavitud a construir las pirámides de una “ciudad sagrada”, y otras tantas ruinas prehispánicas que desaparecieron o fueron olvidadas seguramente por la fuerza de la búsqueda de la libertad que le es intrínseco al ser humano.

Tampoco nadie dice nada respecto de las aparentes libertades que supuestamente existían durante aquellos periodos de la historia, de aquel supuesto “paraíso socialista” que se nos trata de vender desde hace varias décadas, haciendo cómplice silencio de una sociedad eminentemente totalitaria, encaminada a satisfacer de todos los placeres posibles a una pequeña casta sibarita, paradójicamente monarquista.

Lo que si nos quedó claro, es que para llegar a Caral tuvimos que caminar bajo el ardiente y fatigante sol, extenuándonos rápidamente, lo que nos permitió en una milésima de tiempo probar la ardua tarea que los evangelizadores realizaron en nuestra patria, no sólo ahora, sino desde hace más de quinientos años.

En efecto, son miles los relatos históricos y la evidencia de la realidad con los que se prueba los grandes, inmensos, diría abismales sacrificios de miles de hombres y mujeres de la Iglesia Católica por evangelizar un pueblo entregado a la esclavitud, a la muerte, al desprecio, a la guerra.

Para lograr esto, caminaron largas noches y largos días, sufriendo hambre, frío, sueño, miedo, temor, desprecio, incomprensión; todo esto a cambio de una nueva nación, a cambio de la salvación de sus almas y las de ellos por supuesto.

Pero la labor de ellos no solo se limitó sólo a la evangelización, sino también a la alfabetización: quechua, aimara, shipibo, eseeja, matsé, matsiguenga y castellano por supuesto. Recordemos que fue obra de la iglesia católica la alfabetización en los idiomas de cada etnia y ciertamente a ella se debe en gran parte la preservación hasta los días de hoy de nuestras culturas nativas.

También se dedicaron a la construcción de grandes edificios. No nos referimos a las Iglesias, grandes monumentos que hoy día constituyen los principales centros de atracción turística de nuestras principales ciudades del actual Estado Laico que se aprovecha de ellas, sino también a la construcción y desarrollo de las principales Universidades del Perú, las que también fueron sus obras.

A esto debemos agregar la creación de TODOS los hospitales, hospicios, y otras miles de obras y actividades, cuya labor debió ser realizada por el Estado Laico, pero que hasta los días de hoy no lo hace, y no lo podrá hacer, simplemente porque no tiene el poder unificador y transformador de la fe en Cristo, única fuerza en la historia, capaz de doblegar los orgullos propios y transformar ese impulso en bien común por los demás. Pero además de eso, sin contar con CTS, horas extras, beneficios sociales, sin gratificaciones, o aspirinas para el dolor, todos esos evangelizadores de la Iglesia Católica, de ayer y de hoy, fueron los que forjaron nuestra patria, y los que la siguen forjando en silencio, sin reclamar nada a cambio, a diferencia de unos algunos cuantos pseudo periodistas de hoy, autodenominados “líderes de opinión” y demás congéneres, que desde un café con aire acondicionado, un micrófono de radio o televisión, sentados cómodamente, sin más títulos u honores, en la ignorancia más completa de la historia, con mala entraña, despotrican contra la Iglesia Católica y su obra, y reclaman un Estado Laico fracasado e incapaz de controlar la corrupción, robo y egoísmo de sus propios funcionarios;
reclaman un Estado “igualitario e inclusivo” que ha sido y será incapaz de igualar en un centésimo la obra creadora de la Iglesia y de sus hijos.

A lo anterior debemos agregar la inmensa deuda material que el Estado Laico le debe a la Iglesia Católica. Los historiadores, los de buen cuajo por supuesto, no mienten cuando señalan que la Iglesia Católica contribuyó económicamente a la campaña independentista. De igual manera financió económicamente al Estado durante la Guerra con Chile y apoyó con su patrimonio durante el periodo de Reconstrucción. Por eso cuando los de mala entraña berrean porque se le devuelve a nuestro Cardenal novecientos soles al mes, habría que preguntarles ¿Qué han hecho ellos por nuestro país?

Pero hablemos claro, en realidad no se trata de reclamar por la existencia de un estado laico, entendido correctamente como aquel Estado que se mantiene neutro frente al derecho constitucional de sus ciudadanos de tener la libertad de adoptar una religión y practicarla públicamente sin ser perturbado por ello. En realidad el Estado Laico es un pretexto. Se trata de un encrespado y constante anticatolicismo en toda esta gente, que lo odia porque el Catolicismo por su sola existencia les remueve las conciencias y exige a todos por igual.

Si pues, que exige a la monogamia, exige a la castidad, exige a la humildad, exige al desprecio de las cosas venales, exige al control de los sentidos, y miles de otros deberes que son inevitables para el hombre, pero que para comprenderlos resulta necesario humildad y buena fe. Dicho lo anterior y hablando claro, en realidad el laicismo es solo un pretexto al odio que le tienen, sin embargo es la Iglesia y nos sus remedos, los que tienen la promesa del Salvador que nada prevalecerá sobre ella.

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