Miscelánea

LA SOLEDAD DE BOLOGNESI

Por: Alfredo Gildemeister

Un 19 de abril de 1880, el coronel Francisco Bolognesi le escribía a su hijo Enrique lo siguiente: “Querido hijo, son las once del día y te dirijo esta para despedirme. El enemigo está cerca de Tacna; allí lo espera el general Montero con todo su ejército, salvo que los chilenos le hagan una jugarreta y vengan a tomar esta plaza, que la han dejado muy débil. Yo no tengo para defensa más que 1,400 infantes; ellos pueden en horas traer de Pacocha 3 o 4 mil hombres y a la vez comprometer combate por mar y tierra. En fin, ha llegado el momento de decidir la cuestión. No hay que asustarse; no estamos mal. Si se dirigen bien las cosas, les daremos un buen caldo, como en Tarapacá. Creo que seré el pato de la boda por ocupar este puesto que es el ensueño del enemigo. Mientras estén los nuestros en Tacna quizá no habrá nada aquí. Ya estoy fastidiado, deseo que llegue el momento de un ataque para descansar del modo que quieras entenderlo. Yo no duermo, no me dejan ni comer; en la calle y por donde vaya tengo que hacer con todo el que me busca. Afectos a todos en casa, amigos y amigas. Adiós, Francisco Bolognesi”.

Cuando Bolognesi escribe esta carta, aun no se ha dado la batalla del Alto de la Alianza, la cual ocurriría un mes más tarde, el 26 de mayo, en las afueras de la ciudad de Tacna. Bolognesi como buen padre, si bien le dice a su hijo para tranquilizarlo que cerca de Tacna se encuentra el general Montero con todo su ejército y que “no estamos mal”, como buen militar experimentado, sabe que el ejército chileno es superior en número y calidad de armamento. Sabe que el ejército enemigo puede sitiar Arica cuando le dé la gana con cuatro o cinco mil hombres, tanto por mar como por tierra. Por más que lo anima a su hijo diciéndole que “no hay que asustarse; no estamos mal. Si se dirigen bien las cosas, les daremos un buen caldo, como en Tarapacá”, se trata de una carta de despedida: “te dirijo esta para despedirme”. Sin embargo, en esta breve carta hay un momento en que se desahoga. No puede más. Se siente solo, muy solo. No solamente extraña a su familia por lo que siente soledad. También se siente solo como militar, esto es, siente que su patria lo abandona cada vez más a él y a sus hombres. Tanto así que con cierto sentido del humor agrega: “Creo que seré el pato de la boda por ocupar este puesto que es el ensueño del enemigo”. Con esta frase, hoy diríamos que Bolognesi presiente que será la “cereza del pastel”. Efectivamente, al ejército chileno estratégicamente no le interesa Tacna. Lo que realmente le interesa es Arica y su puerto, punto estratégico muy bien ubicado en el sur del Perú que, si es conquistado por los chilenos, su puerto serviría de mucho para abastecer a su ejército en tierra.

A continuación, tranquiliza a su hijo diciéndole que: “Mientras estén los nuestros en Tacna quizá no habrá nada aquí”. Pero sabe perfectamente que tarde o temprano lo habrá y mucho. Chile quiere Arica como sea, pero primero debe derrotar al ejército aliado de Perú y Bolivia, en las cercanías de Tacna. Finalmente, Bolognesi se desfoga. Se siente cansado y solo: “Ya estoy fastidiado, deseo que llegue el momento de un ataque para descansar del modo que quieras entenderlo”. Así de angustiado y sólo se sentía Bolognesi en aquellos días previos a la batalla de Arica. Una vez ocurrida la derrota del Alto de la Alianza, Bolognesi pensó que Montero se replegaría hacia Arica para enfrentar bien al ejército chileno. Sin embargo, no fue así. Montero se retira hacia el norte, para Arequipa y deja prácticamente solo a Bolognesi. Tan solo cinco soldados maltrechos llegaron caminando a Arica, en retirada desde el Alto de la Alianza. Esos fueron todos los “refuerzos” que recibió Bolognesi. Presintiendo la tragedia, no dejó de enviar diversos telegramas a Montero solicitando ayuda y refuerzos. Sin embargo, nada. No recibió ayuda alguna.

Sabiendo que las cosas estaban como estaban, que tanto Montero como los políticos de Lima lo habían dejado abandonado, tomó la decisión de resistir hasta quemar el último cartucho. Efectivamente, tal como se lo profetizara a su hijo, sería “el pato de la boda” puesto que ocupaba el puerto de Arica que era el “ensueño del enemigo”. Fue así como todo el grueso del ejército chileno, luego del Alto de la Alianza, se volcó sobre Arica. Podría decirse que la suerte estaba echada y Bolognesi y sus valientes jefes y oficiales con sus soldados lo sabían. Los días previos a la batalla serían de una soledad espantosa para Bolognesi. Una gran decepción llenaba su alma: La del soldado cuya patria lo abandona. Lejos de su esposa, de sus hijos, de sus amigos, del gobierno que lo apoyó en algún momento -si es que alguna vez lo hizo-, solo le quedó esperar y saber morir como un patriota en defensa de aquellos “deberes sagrados”.

En un aniversario más de la batalla de Arica, terrible combate ocurrido en el amanecer de un lejano lunes 7 de junio de 1880, mientras hoy los políticos, presidentes, ministros, congresistas, fiscales, jueces, burócratas y altos funcionarios debaten, discuten, se gritan, se pelean, se acusan, se difaman, se injurian, confabulan, se traicionan, y siempre en vista de sus intereses particulares e ideologías, muchos hombres como Bolognesi siguen dando sus vidas desinteresadamente, como en el VRAEM por ejemplo, así como la dieron antes enfrentando al flagelo terrorista. Que el ejemplo de Bolognesi no quede en el olvido de este país desmemoriado.

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