Cultura

LA FRAGILIDAD EN EL AMOR HUMANO

«Sir Frank Bernard Dicksee. The End of the Quest (El final de la búsqueda). 1921».

Por: Ignacio A. Nieto Guil

Un dolor muy grande se da por un lado cuando se desea amar y se ama fuertemente, pero por otro se camina por carriles distintos en la vida, dándose una incompatibilidad con la realidad que, sin embargo, en la profundidad del alma los dos espíritus van tomados de la mano porque trascienden en su alteridad. He aquí el verdadero peso ontológico del amor. No obstante, por fatalidad: “es al separarse cuando se siente y se comprende la fuerza con qué se ama”, sentenció F. Dostoievski; allí, precisamente, deviene este aprendizaje en la realidad contemplando un amor desde lejos y desde la realización que no pudo ser.

El problema de la vida actual, más allá de haber un conflicto de ideas, es un problema en un contexto preciso de la vida, es decir en su faceta de realización singular e individual. En este siglo, en particular, el pensamiento debe adentrarse de lleno al terreno filosófico existencial de los sujetos “concretos”. Ya no disputar los grandes universales o abstracciones sistémicas alejados de la experiencia vital que hoy se encuentra en crisis. En el sentido antedicho, se ha perdido una especie de metafísica relacional con el “otro” de manera sincera, donde ya no prima el sujeto con su verdad y autenticidad, sino la versión inauténtica que impone el mundo y de cómo mi “yo” se presenta y se hace representar ante él.

El encantamiento estético que se vive actualmente no es sinónimo de belleza en absoluto. El primero pertenece al campo de lo material, lo externo y extravagante, por la presión e inseguridad social de los tiempos líquidos presentes. El segundo se inserta en la realización del ser, de forma inmaterial, esto es, espiritual, buscando el bien y la verdad acorde a la naturaleza y esencia del objeto a representar, como la belleza del cuerpo que no es un instrumentalizable reduciéndose a una cosa sin valor y que, según Francisco Caballero García, en un estudio exhaustivo sobre Gabriel Marcel, sostiene que a través del cuerpo la persona se “expresa”, se hace “presente” y “dispone” en relación a los demás:

“(…) Nuestro cuerpo es la mediación de nuestro amor… El ‘cuerpo sujeto’ del que habla Marcel participa de modo misterioso del amorEl ‘cuerpo sujeto’ descubre en signos corporales, perceptibles por los sentidos, la realidad del otro que se hace patencia (manifiesto) presencial a través de su cuerpo, de sus gestos, de sus palabrasMi cuerpo es la manifestación de mí ser existente. Por él me hago reconocer, que es más que darme a conocer (…)”.

En efecto, se trata de una pérdida de valor de las relaciones humanas, ya que en este tiempo se vive una despersonificación del individuo transfigurado ya no como un verdadero ser dotado de unicidad y trascendencia, sino como mera puesta en escena en la vida social y de su teatralización vacía, ya sea por las modas impuestas o la decadencia que hoy reina en todos los escenarios sociales; fallando, de esta forma, la verdadera autenticidad humana que debe florecer en la vida social para con otros individuos semejantes a uno. Esto debería ser así, pues, en efecto, lo primero y más importante son las relaciones con el “otro”, luego viene el mundo, es decir en su corporeidad: el mundo del trabajo, del dinero, de la diversión, los viajes o los deportes, cuando son, justamente, excesivos o como forma única de realización individual; pasando, de esta forma, el “otro” a un plano infravalorado por sobre aquella interacción que se tiene con el mundo, como ocurre hoy en día. Ya no hay comunidad de dos almas en un proyecto único, sino objetivos individuales.

A su vez, un error grave es anular y separar los actos de la personalidad, pues en las acciones que ejecutamos develamos la mirada interior que tenemos sobre el mundo. A pesar de la diferencia entre la personalidad de un sujeto con otro, se debe velar por la búsqueda de la verdad en forma pacífica, en una única dirección hacia la apertura vital y trascendental que deviene en el misterio de la vida que, precisamente, no debe estar condicionada por las perspectivas preestablecidas del entorno o la circunstancia. Este proceder en mundo se renueva en un amor constante. Es una realización parecida a la actitud espontánea del filosofar o, en otros términos, de reflexionar en pos de la propia “búsqueda del ser”. Gabriel Marcel sostiene que se trata de una exigencia ontológica, un “hambre de ser en el fondo del alma”. Una exigencia siempre presente y experimentable, porque en vez de reducir la vida a “tener” con la identificación de lo que se posee disminuyendo al hombre al nivel de las cosas, se debe “ser” en el sentido que me incorporo a la presencia de un misterio, tomó parte en él, me hago participe a través del “recogimiento” y, de esta forma, profundizo en aquellas cuestiones esenciales de la vida.

Dice Marcel, “la esperanza es quizás el tejido del que está hecha el alma”, es decir el ser humano debe realizarse en torno a la esperanza, el amor, la fe y la fidelidad que de dicha exigencia se emana. Por ello, la vida no debe reducirse a un problema sino que debe contemplarse como un misterio mediante una disposición del espíritu esperanzadora para vencer cierta desesperación o perplejidad ante un mundo carente de luz metafísica, y en constante ruido y aturdimiento.

Esta profundización y exploración de los aspectos vitales es una tarea por supuesto filosófica. Y aquí no me refiero a la tarea disciplinaria del filosofar, ya que en mayor o menor medida el ser humano de por sí reflexiona en un sentido bueno o malo, puesto que en la fragilidad de las relaciones humanas no hay que dejar de tener presente como aseveró Dostoievski: “el bien y el mal luchan constantemente y el campo de batalla es el corazón del hombre” en otra frase alerta: “no nos olvidemos de que las causas de las acciones humanas suelen ser inconmensurablemente más complejas y variadas que nuestras explicaciones posteriores sobre ellas”. No obstante del acto de reflexionar como condición del hombre, muchas veces las personas ejecutan una perspectiva ajena y cada vez con mayor frecuencia por la inautenticidad y la falta de pensamiento crítico que hoy se vive en el ambiente social.

Una idea que al fin y al cabo repercute en las acciones concretas; sobre todo en la trama relacional con el “otro” y en el “amor”. A pesar de lo anterior, hay personas que dan más claridad a ciertas ideas que otras a través de la crítica en un camino de discernimiento de la verdad, como un filósofo de verdadera vocación o un simple individuo que profundiza en el sentido de la vida con cierta sensibilidad e intenta expresar muchas veces sin ser comprendido, cuestiones que deben ser revisadas actualmente a nivel social, familiar o amoroso.

Asimismo, cuando se avanza por zonas un tanto desconocidas para el pensador surge, pues, una mirada nunca antes vista de autenticidad que revaloriza la metafísica humana en relación a tener que “ser” y “existir” o del “tu” y el “yo” en la concepción ontológica Marceliana, siendo, en tantas ocasiones, su inserción en lo relacional con el “otro” algo penoso a la sombra del mundo y las miserias humanas que evita ser un “nosotros” firme por el arraigo del individualismo en las sociedades modernas. Y el problema para este pensador auténtico, es que al estar comprometido con todo su persona en el pensar, no recibe el entendimiento como se expresó anteriormente por parte de sus semejantes anclados en la mundanidad y lo circundante, y por ende, le resulta difícil asumirse como alguien que puede dotar de sabiduría a su entorno.

No poder demostrar una cuestión profunda es el gran drama de un corazón debilitado por el mundo. Pero a diferencia, con sus errores y miserias como toda persona, posee una elevación espiritual que no lo lleva al autoengaño para enfrentar el drama de la existencia, la muerte, el misterio del existir y de Dios que el pensamiento cientificista, racional e ideológico arremetió en su destrucción, y sin embargo, son dilemas siempre presentes en el corazón de todo humano digno de sentir. Dilemas, por supuesto, que sólo son asequibles a través de una disposición del espíritu, donde no hay respuesta pero si un llamamiento constante y un alumbramiento del alma.

En definitiva, el problema del auténtico filósofo en el del S. XXI es que todo el derrumbe metafísico actual derivó en buena medida a la desesperación como una enfermedad espiritual, asfixiando las potencias del alma para arribar al “misterio del Ser” como un misterio de la vida del que nos habla el existencialista francés. Sin embargo, el hombre de hoy transita sobre una difícil encrucijada en la vida contemporánea, debiendo con urgencia emerger de las penumbras como consecuencia de este afligido siglo que va pesando en tantas almas y relaciones humanas.

 

 

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