Internacional

LA CAÍDA DE CHILE

Por: Dante Bobadilla

El gran problema de los seres humanos es que prefieren los cuentos a la realidad simple y llana. Siempre ha sido así. De allí el triunfo permanente de toda clase de charlatanes y contadores de cuentos que logran hipnotizar a las masas con sus embustes. Es cierto que la realidad humana –sobre todo en estos tiempos de globalización- es demasiado compleja y difícil de entender. Nadie es capaz de conocer de forma directa toda la realidad, por lo que debemos conformarnos en gran medida con lo que leemos o escuchamos. Pero al menos es menester mantener la duda, el escepticismo, filtrar las fuentes y contrastar las cosas con la experiencia propia, si es que se tiene alguna. Y experiencia en asonadas de izquierda tenemos.

En el caso de Chile venimos escuchando machaconamente el mismo discurso desde hace años. Y no es un cuento que se aplica solo para Chile sino una especie de principio universal de la ciencia socialista que explica todos los males de cualquier sociedad a partir de la “desigualdad”. Así de simple. La desigualdad es la palabra mágica que lo explica todo. Eso sería –dicen- lo que activó en Chile el “estallido social”. Una expresión que evoca mucho más de lo que vimos en las imágenes del caos y vandalismo callejero desatado en Santiago y otras ciudades, donde el supuesto “estallido social” corrió a cargo de infantes, adolescentes y jóvenes, arriados –como ocurre siempre en estos casos- por la izquierda y sus organizaciones. Muchachos uniformados con la indumentaria típica del vándalo: capucha y mochila. Mocosos de 20 años o menos que iban en grupos tumbando postes y carteles, quemando almacenes, rompiendo vidrieras. Por supuesto que a todo ese ejército de infantes histéricos se les suma siempre el lumpen. Eso es lo que venden los medios como “estallido social”.

Un caos desatado también por la inacción del gobierno que se orinó en los pantalones para hacerles frente a los terroristas urbanos arriados por la izquierda. Una izquierda cobarde que prefirió lanzar a las calles a niños, adolescentes y jóvenes adoctrinados en el odio, sabiendo que el gobierno sería incapaz de enfrentarlos. Todo contó con una impecable organización hecha mediante moderna tecnología basada en simples celulares y redes sociales, donde la prédica del odio suele encenderse para activar las emociones más primitivas de mocosos que aun son incapaces de analizar la realidad y menos aun de controlar sus emociones. Estas hordas de destrucción se alimentaron en las redes sociales con los típicos mitos, mentiras y embustes que suelen regar los operadores de la izquierda. Bastan unas ideas simples. Ya el odio a Pinochet y todo su legado ha sido inoculado en las mentes desde hace 40 años. Era la doctrina oficial de los medios y los estratos intelectuales. Nadie que quiera posar como un demócrata cabal y defensor de los DDHH podía decir nada a favor de Pinochet. Al contrario.

La prédica de odio a Pinochet se extendió a la “Constitución de Pinochet” y a todas las reformas que le permitieron a Chile convertirse en el milagro de desarrollo de América Latina. Es por eso que el mundo habla ahora del “suicidio chileno”. Para cualquiera que tenga dos dedos de frente y algo de noción histórica está claro que Chile tomó el camino equivocado. El mismo que tomó Argentina en los años cincuenta del siglo pasado, empezando su declive desde los máximos niveles de desarrollo hasta la miseria que hoy la arrastra sin remedio. El mismo camino que optó Venezuela al encumbrar al charlatán de Hugo Chávez para seguir, nada menos, que el ejemplo del fracasado modelo cubano. Ese ejemplo de estupidez que fue copiar un modelo fracasado en Venezuela, es el que hoy busca implementar Chile.

¿Pero qué hace que tantas naciones sucumban a esta especie de estupidez colectiva que los lleva a idolatrar fantoches y apoyar la destrucción del progreso, para preferir el sueño de una igualdad basada en las promesas de un Estado paternalista? Responder tal cuestión es un reto para cualquier ciencia humana. Ya ni siquiera es posible hablar de ciencia en el escenario de lo humano ante semejantes muestras de locura colectiva. Desde la revolución francesa se han hecho intentos por explicar esta predilección por la muerte y destrucción en busca de un cambio, de un renacer, como si algo nos garantizara que el mundo que está por venir tras la destrucción total será el paraíso. ¿Quién nos ha vendido ese mito?

En Chile se ha visto la destrucción de símbolos patrios, se ha ultrajado la estatua de héroes, se han incendiado locales públicos y privados privando a la sociedad de servicios esenciales. Por último, la han emprendido contra iglesias católicas quemándolas, como si fueran el cuartel general del enemigo. ¿Qué representa para estas masas juveniles una iglesia adonde la gente solo acude a orar? Todo indica que la turba irracional solo quiere destruir su país porque todo le huele a Pinochet. Han sido convencidos de que la nueva Constitución será el renacer de una nueva patria donde todo será color de rosa. Tal vez los organizadores de la orgía no calcularon hasta dónde iban a llegar los vándalos encapuchados en medio de su garantizada impunidad. O tal vez sabían que Piñera seguiría siendo el gobernante tibio ante la izquierda y no sería capaz de imponer la ley y el orden a sangre y fuego. Como decía Churchill: quien se humilla para evitar la guerra, se quedará con la humillación y con la guerra.

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