Internacional

INFILTRADO EN MARCHA COMUNISTA

Por: Padre Federico Highton

Esperando la hora para partir a misionar al África, mientras me doy las vacunas, saco los pasajes, tramito las visas y paso unos días con mi familia, en la ciudad de Santa María de los Buenos Aires, veo pasar frente a mi casa, en plena cuarentena, una marcha comunista del Polo Obrero, que depende del “Partido Obrero”, una agrupación marxista cuyo lider más famoso fue (o es) Saúl Wermus, cuyo alias es “Jorge Altamira”. Para ubicar mejor a Wermus, aclaremos que él adhiere a la ideología de Lev Davídovich Bronstein (cuyo alias era “León Trotksi”), uno de los principales seguidores de Kissel Mordechai (conocido como “Karl Marx”).

Me bastó salir al balcón para darme cuenta que más del 90 por ciento de los que marchaban no tenían la más mínima idea de cuál era el reclamo de la protesta. En su inmensa mayoría, era toda gente paupérrima sin educación, traída de los sectores más marginales del conurbano bonaerense. Salí vestido de laico y me puse a caminar con los manifestantes para preguntarles porqué estaban ahí.

Varios no me querían contestar hasta que un anciano me dijo que reclamaban para que les den becas a los estudiantes, lo cual es absurdo ya que Argentina es uno de los poquísimos países del mundo donde la Universidad Pública es gratuita y de gran nivel. Luego, una chica, con un tapabocas con dientes dibujados, me dijo la pura verdad: “si no venimos a esta marcha, nos sacan el plan”, esto es, la indemnización que cobran por no trabajar.

Resulta que el Gobierno argentino le da indemnizaciones a los partidos izquierdistas y estos las reparten a placer entre la gente con la condición de que vayan a sus marchas. Dos hermanos, de sangre boliviana, me confesaron que venían con la expectativa de obtener alguna ventaja material y los exhorté a que no se junten con los comunistas, pues son enemigos de Dios, y ellos me oyeron con afecto. Les conté el caso de un venezolano que consiguió un buen trabajo en Argentina a los tres días de haber llegado.

Hablé también con dos hermanas y felicité a una de ellas por llevar una cruz y me dijo que la portaba pues practicaba la “macumba”. Luego vino el hermano, que era un mastodonte, y lo exhorté a que convenza a su hermana para que renuncié a la macumba y me oyeron con atención y simpatía.

Ví también a unos muchachos de pocas palabras, los saludé amigablemente, uno de ellos se mostró contento porque como él, soy de River y otro me confesó el motivo de su participación: “si venimos acá, nos dan mercadería”, esto es, alimentos no perecederos y ropa y le pregunté cuánto le habían dado y me dijo que se lo darían después de la protesta. Llegados al Ministerio de Educación, uno de los muchachos “amigos” me dice que tiene sed y otro me pide “un cobre” para comprar agua. A la mamá del que me pidió plata, le dio vergüenza y yo le dije a la madre que no rete a su hijo pues entiendo que es difícil estar caminando sin nada para tomar.

Entonces, me puse a preguntarle a los manifestantes si les habían dado agua y todos respondieron negativamente. La gente, bajo el sol, quería tomar agua y no le daban. Me puse a pasar revista a las masas y nadie tenía agua. Una de las pocas personas que tenía líquido era una doña con una remera que decía “Separación de Iglesia y Estado”. Ella era una de las líderes. Parecía una de las pocas personas instruidas de la marcha. Ella me dijo que tenían agua y yo le dije: “vos tenés, pero la gente no tiene nada”. Le dije: “vos protestás contra la Iglesia, pero la Iglesia le da de beber al sediento y ustedes dejan que la gente pase sed”. Como yo seguía pidiendo que les dé a la pobre gente algo para tomar, ella se indignó y, con tono amenazante, me dijo que me retire inmediatamente de plaza. Entonces, uno de los de “seguridad” de la marcha, llamado Juan, que tenía un tatuaje contra la policía, me llevó ante la jefa. Era una chica linda. Era la típica universitaria marxista. Ella era la que llevaba la voz cantante desde el megáfono. Me miró como una mujer posesa, me negó el saludo y se fue. No le importó nada la sed de la gente. Entonces, Juan me dijo: “somos pobres, no tenemos plata para comprar agua” y yo le digo en voz baja y con tono amigable: “escúchame, vos sabes que los organizadores tienen mucha plata, la plata de los planes y todo eso”. Él me dio la razón y me pidió que proteste contra la policía pues “los canas (=policías) son los malos”, a lo cual le respondí que “si él fuese policía y le tiran botellas, él se defendería”. Me dio la razón pero me dijo que “eso es distinto” y como ya no tenía más argumentos, llamaron al equipo de “seguridad”. Primero vino uno y me obligó a irme y, como no me fui, vinieron unos cinco o seis más. Todos llevaban una pechera blanca con letras negras que decía “POLO OBRERO”.

Le dije “me están amenazando” y cada vez se ponían más duros. Esta es la tolerancia de los marxistas. Esta es la reacción de los comunistas cuando uno los descubre en sus mentiras.

Me metí entre la gente y me mandaron una vez más una columna de patrullaje para vigilarme hasta que me aburrí y me fui, cuidándome para que no me persigan por la espalda.

El comunismo engaña y compra a los pobres para que estos sirvan los intereses de la izquierda. Hagamos lo posible para salvar a los pobres de las garras y arcas del marxismo y llevarlos a Dios.

Que Dios nos libre del marxismo.

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