Internacional

FE, RAZÓN Y VIOLENCIA. LA DIFÍCIL RELACIÓN ENTRE EL OCCIDENTE Y EL ISLAM EN EL PENSAMIENTO DE BENEDICTO XVI

Por:  Gianfranco Sangalli Ratti

A raíz de los hechos violentos realizados en nombre del Islam y de su dios Allah, protagonizados o instigados (da lo mismo) por el ISIS o DAESH y el resto de la galaxia “yihadista” (es decir, de combatientes de una pretendida guerra santa) de la Sunna o Shi’a, los analistas políticos y religiosos, los comentadores y opinionistas “políticamente correctos”, más o menos de forma unánime, han gastado aliento y tinta en pregonar lo contrario de lo que la evidencia de todo orden demuestra: que la violencia es un imperativo existencial consubstancial al Islam, no a una minoría que lo interpreta literalmente. En efecto, el Establishment occidental, liberal y masónico, pretende vendernos la idea de que hay un minoritario Islam radical (que se abandonaría a una interpretación religiosa “desviada” hacia la violencia) y un mayoritario Islam moderado pacifista (que interpretaría correctamente su religión). Esto es un sofisma sin asidero doctrinario ni histórico.

Quienes tal sofisma sostienen, pretenden convencernos de que el problema no es el Islam en sí mismo sino una minoría descarriada, y que, por ende, la posibilidad del diálogo e, incluso, la integración de los musulmanes en las sociedades occidentales es perfectamente viable. Ahora bien, esto último se estrella con la evidencia del notorio fracaso de los modelos de integración en Europa (generación de verdaderos ghettos musulmanes y enrolamiento en la Yihad de jóvenes de segunda generación);  no es de extrañar, pues al musulmán que vive entre infieles, el Corán prohíbe la asimilación. Y la dificultad de la posibilidad del diálogo interreligioso fue puesta de manifiesto por el paradigmático caso del discurso que Benedicto XVI pronunció el 12 de septiembre de 2006 en la Universidad de Ratisbona, y de las violentas reacciones que el mundo islámico tuvo ante él.

Es a la luz de ese discurso del Papa que queremos hacer un análisis que evidencie  el límite de la capacidad –y voluntad- del Occidente liberal para afrontar y responder a la violencia islámica, cuanto al verdadero carácter de esta religión que, de suyo, está inexorablemente avocada a una relación conflictiva con el universo de los infieles (todos los no islámicos), por lo menos hasta que no haya logrado su plena sumisión (que, por lo demás, esto es lo que significa “islam”).  Prosigamos por partes.

El discurso del Papa Benedicto XVI:

Una atenta lectura de la mencionada lección académica de Joseph Ratzinger acerca de “Una nueva relación entre Fe y Razón para permitir el diálogo entre culturas y religiones” pone en evidencia que se trata de un texto cuyo propósito, en definitiva, era exponer las condiciones imprescindibles para intentar el diálogo, genéricamente, entre Occidente y Oriente; específicamente, entre aquél y el Islam.

En este contexto, el discurso ponía de manifiesto, más o menos explícitamente, los límites culturales del Occidente y del Islam para poner dicho diálogo en marcha. A saber, en lo tocante a Occidente, la fatal separación (y contraposición) que su pensamiento filosófico “oficial” ha terminado por realizar entre Fe y Razón, con la consecuente incomprensión y menosprecio del hecho religioso. En lo tocante al Islam, la muy extendida opinión acerca de la licitud moral del uso de la fuerza para expandir su dominio (opinión ésta, como veremos, “razonada” por algunos de sus mayores dirigentes religiosos, y que se entiende derivada de la concepción del dios islámico como realidad absolutamente trascendente, es decir, en cierto modo, realidad más allá –o por encima- del bien y del mal, al menos de lo que por estas categorías morales puede entender la razón humana).

Este es, por decirlo así, el diagnóstico de la situación que hacía Benedicto XVI; sin embargo el Santo Padre no se conformó con esto sino que señaló finamente, al uno y al otro, la vía para superar las apuntadas limitaciones: entender y aceptar que la Razón (el Logos) es la quintaesencia misma de la naturaleza de Dios, de lo que lógicamente se sigue que la contraposición Occidental entre Razón y Fe es artificial (además de perniciosa); así como que la aceptación de la violencia para expandir su fe, por parte de vastos sectores islámicos, es incompatible con la naturaleza racional de Dios.

Este discurso fue estructurado por el Papa al hilo de algunas reflexiones del docto y devoto emperador católico de Bizancio, que fue (siglo XV) Manuel II Paleólogo. Entre éstas hay una expresión acerca del carácter de lo aportado por Mahoma en materia religiosa (“Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba”); expresión imperial marginal dentro de la elaboración argumental del Pontífice, quien no se apoya en ella para el desarrollo de su tesis. El problema es que precisamente esas frases de Manuel II, sacadas de contexto, es lo que se pretendió aducir como intención papal de agraviar al mundo islámico.

La reacción islámica al discurso del Papa:

Con sibilina perfidia, la BBC (antaño cueva de comunistas y hoy de neopaganos y mundialistas) difundió sesgadamente la noticia del discurso del Papa, replicándose con total ligereza la mistificación por parte de dirigentes religiosos, dirigentes políticos y medios de comunicación, es decir las élites rectoras del Islam (que como tales estaban capacitadas para entender lo que realmente quiso decir Benedicto XVI). El resultado de esto fue, como algún lector recordará, una explosión mundial de violentas protestas contra el Papa y de sangrientas agresiones a los cristianos.

Esta consecuencia nos lleva a la reflexión siguiente: si las élites islámicas entendieron el sustrato real de lo que el Papa dijo (habiendo sido la frase de Manuel II, sacada de contexto, el pretexto de la ira y no su causa real), y a pesar de ello promovieron la furia de las masas musulmanas, será que lo que en verdad les molestó del discurso fue que dejaba en evidencia cómo el dios del Islam está más allá de la Razón y cómo, por ello, la violencia es  un medio legítimo (y debido, siempre que se pueda) de expansión de su religión.

Ésta vocación del Islam hacia la expansión violenta, nunca la admitirían públicamente los islámicos “moderados”; por esto recurren constantemente a la práctica de la “ketnam” persa, es decir, el hablar con doble sentido, o más sencillamente hacer afirmaciones falsas para distraer de la realidad incómoda. Esta práctica del engaño es de ancestral memoria. Ya fue utilizada por el sultán Mahomet, hijo de Bayezit, precisamente contra nuestro Manuel II de la discordia, cuando tras hacerse definitivamente con el trono otomano el 5 de junio de 1413 envió a Manuel este mensaje: “Vé y dile a mi padre, el emperador de los romanos, que a partir de este día soy y seré su súbdito, como un hijo de su padre”. Manuel –más avisado que el europeo actual- no se confió, pues conocía la concepción “yihadista” ante la que 40 años después su hijo Constantino IX, y con él la Cristiandad oriental, sucumbiría. Y por la misma razón somos escépticos de la sinceridad de las palabras de aprecio al Papa Benedicto XVI que pronunciara el 19 de septiembre de 2013 el presidente de Irán ante la Asamblea General de Naciones Unidas.

La simulación, la mentira y el engaño están en el ADN cultural de los musulmanes. Así lo advertía el obispo Cesare Mazzolari, misionero comboniano en el Sudán: “El castigo mayor que el árabe sabe infligir es la opresión, el sentido de falsedad. Si puede engañarte, lo hace de mil amores. Se jacta de su capacidad para enredarte; llamarlo embustero es hacerle un cumplido…  Yo prefiero recibir un bofetón a que se mofen de mí y me engañen. Los moros te infunden miedo, te mantienen en un estado permanente de inseguridad.”

He aquí la cuestión de fondo: la simulación ante el “infiel” para que este se confíe y baje la guardia, y la violencia con fines de expansión religiosa, son consubstanciales al pensamiento islámico. Y a las pruebas nos remitimos.

En efecto, el iraní Ayatollah Jomeini escribió: “La guerra santa significa la conquista de los territorios no musulmanes. Podrá ser declarada por el Imán, después de la formación de un gobierno islámico digno de este nombre. Es deber de todo hombre mayor y útil acudir voluntario a esta guerra de conquista en que la meta final no es otra que la de extender la ley coránica de un extremo al otro de la Tierra”. También teorizó en ésta línea el iraquí Ayatollah Husein Fadlalah, inspirador del movimiento Hezbolá, en su libro “El Islam y la lógica de la fuerza”.

Y que no se diga que es una “desviación” doctrinal Shiíta, porque el más extendido recurso a la fuerza fue y es Sunnita (lo son organizaciones salafistas como Yihad Islámica, Al-Qaeda, Al-Nusra, Boko Haram, Al-Shahbab, etc., y sus mentores intelectuales varios, como Hassan-el-Banna, Seyyid al-Qutb, Osama bin-Laden, Aymán al-Zawahiri, etc.). Aquí a las pruebas históricas también nos podemos remitir, o ¿es que acaso no es verdad que la presencia musulmana en el Norte de África, Asia Menor y los Balcanes, por lo menos, es fruto de la conquista por guerra santa (yihad)? ¡Pero, si la misma España lo fue!

Por ello, fue una reveladora paradoja que los musulmanes reaccionaran con iracunda violencia a la acusación de violentos, y que para mejor demostrar que no lo son, entre otros innumerables desmanes, quemaran iglesias y asesinaron a una pobre monja y a su guardaespaldas.

La reacción de la Progresía europea al discurso del Papa:

No merece la pena dedicarle muchas líneas a la deplorable actitud del establishment político y “cultural” de las izquierdas europeas que, como de costumbre, encontraron en estos hechos nueva ocasión para evidenciar su mal disimulado anticristianismo (que le inducía a un suicida pro-islamismo) abogando porque el Papa se disculpase y, luego, pregonando a los cuatro vientos que “el Papa ha pedido disculpas” durante el Angelus del domingo 17 de septiembre, cosa que no es cierta, por la simple razón de que el Santo Padre no tenía nada de que disculparse en este incidente creado ad arte. Pero ya sabemos de la hipocresía cerril de la progresía que denunciaba y censuraba las “ofensas al Islam” mientras tolera y hasta alienta las vulgares y ruines ofensas a Cristo, a Su Vicario, a Su Iglesia.

En conclusión, la violencia es inherente al Islam, pues este tiene una necesidad “genética” de expandirse; esto mandó Mahoma. Y así se ha manifestado desde su aparición en el siglo VI hasta nuestros días, con alterna periodicidad y fortuna. Esta vocación expansiva es inexorable y, ciertamente, no será frenada por una civilización puramente material y descreída (¿podemos decir apóstata?) como la Occidental actual, la cual, además, alberga millones de islámicos en su interior,  que sin duda son, en potencia, cabeza de puente de tal expansión. Ésta fue, en cambio, frenada cuando Europa le plantó cara bajo el estandarte de Cristo y de Nuestra Señora de las Victorias;  solo aquí reside nuestra esperanza de no terminar por ser sometidos

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