Política

EL GOBIERNO DE LAS TURBAS

Por: Alfredo Gildemeister

Día a día podemos ver asombrados como las turbas de violencia mandan cada vez con más fuerza en el Perú e imponen su voluntad al débil gobierno de turno. A lo largo de la historia universal se ha podido apreciar como las turbas han mandado en diversas etapas de la historia, originando el caos y la anarquía. Desde la antigüedad en Roma hasta las variadas revoluciones como la francesa y la rusa, con la cuota de cientos de miles de muertes y desastres que estas originaron. Los griegos denominaron al gobierno de las turbas como “oclocracia” o gobierno de la muchedumbre (“poder de la turba”), considerándola como una de las formas de degeneración de la democracia. El historiador griego Polibio acuñó este término en la obra “Historias”, aproximadamente en el 200 a.C. En la oclocracia no gobierna el pueblo -como sucede con la democracia- sino la muchedumbre, la masa, el gentío, la turba. Una turba que por lo general tiene un objetivo determinado y para ello tiene una especie de “voluntad” que siempre está viciada, confusa, incierta e irracional. Por ello la turba no puede autogobernarse -no constituye un pueblo en sí- sino que siempre es dirigida y manipulada por individuos que la manejan a su atojo, pues saben lo que gusta a las turbas. Para ello existen diversas modalidades de turbas y objetivos: turbas que buscan sangre; turbas que quieren el poder; turbas que solo quieren la anarquía y el caos; turbas que simplemente no saben lo que quieren por lo que solo se dejan llevar a la deriva por un afán de destruirlo todo y punto. La turba no piensa, no reflexiona, solo devora y avanza como una especie de amiba, devorándolo todo a su paso. La oclocracia se presenta pues como el último estado de la degeneración del poder.

Así como los griegos inventaron este término, siglos más tarde Juan Jacobo Rousseau en su “Contrato Social”, define la oclocracia como la degeneración de la democracia, indicando que el origen de esta degeneración es una desnaturalización de la voluntad general, que deja de ser general tan pronto como comienza a presentar vicios en sí misma, encarnando los intereses de algunos y no de la población en general, de allí que no constituya la manifestación de una voluntad general. Mas radical aún, el filósofo escocés James Mackintosh (1765-1832) en su obra Vindiciae Gallicae, define a la oclocracia como la autoridad de un populacho corrompido y tumultuoso, como el despotismo del tropel y nunca como el gobierno de un pueblo. La oclocracia por lo general constituye un permanente peligro para las democracias en general. Ello debido a que el interés de los “oclócratas” -personas que por lo general ejercen el poder para hacer degenerar la democracia en oclocracia- consiste en un único objetivo como lo es el mantenimiento de dicho poder de forma corrupta, buscando una ilusoria legitimidad en el sector más ignorante y joven de la sociedad, hacia el cual vuelcan todos sus esfuerzos propagandísticos y manipuladores.

¿Les suena conocido? Recientemente hemos sido testigos en el Perú de como un grupo interesado ha convocado y manipulado a diversas turbas con el objeto de mantenerse en el poder y mantener un status de poder bajo una especie de sistema de “corrupción institucional” en donde las principales instituciones y poderes del Estado se encuentran controladas por estos “oclócratas”, cuidando sus intereses, bajo una supuesta “legitimidad” del poder que estos detentan, amparándose bajo el sofisma que el pueblo lo pide, el pueblo lo reclama o el pueblo lo exige, y haciendo uso de la gran ignorancia de la sociedad, manipulándola de acuerdo con sus intereses, con la “ayuda” de ciertos medios de comunicación dependientes de dichos “oclócratas”, los cuales les hacen propaganda a diario, manipulando, ocultando o inventándose la “información” oficial.

Adicionalmente a esto, para la oclocracia y su “política” de Estado, es fundamental tratar de manera superficial y burda los reales intereses del país (pandemia, salud, inversión extranjera, educación, inversión minera, etc.), puesto que su objetivo radica en el mantenimiento de un poder personal o de grupo – y de paso un sistema corrupto en el que estos obtienen pingues ganancias- apelando a emociones irracionales, promoviendo diversas clases de discriminaciones, fanatismos y sentimientos nacionalistas exacerbados, el fomento de los miedos e inquietudes irracionales, la creación de deseos injustificados o inalcanzables, etc., para ganar el apoyo popular y polarizando a la sociedad civil, con lo cual se logra el control de dicha sociedad. Para ello es fundamental, como ya se comentó, el efectivo control de los medios de comunicación -hoy en el Perú bajo el “sistema” de publicidad estatal debidamente facturada y contratada- así como del sistema educativo nacional, e interfiriendo y controlando la educación en los colegios públicos y privados, así como en las propias familias, impidiéndose inclusive, que los padres eduquen en lo posible a sus hijos, quedando dicha educación a cargo del Estado y su “política” de “deseducación” manteniendo convenientemente una sociedad ignorante o, en el mejor de los casos, con una educación mediocre e ineficiente, para que dicha sociedad “no analice”, “no piense” y “no reflexione” sobre su propia situación.

De esta manera pues, se mantiene el dominio de las turbas, las cuales hacen valer sus propias instancias caprichosas, inmediatas e incontroladas  -y muchas veces sin sentido alguno- creando la ilusión de que se impone un legítimo poder político constituido sobre la voluntad popular. Repito ¿Les suena familiar este “sistema”? De allí que en conclusión, en la oclocracia, la “legitimidad” que otorga el pueblo está corrupta, pasando el poder del campo de los políticos al campo de los demagogos, como lo serían en el Perú actual Vizcarra, Guzmán o Forsyth, por solo mencionar algunos. Hoy se puede apreciar como en la misma América Latina, diversos países como Bolivia, Venezuela o Argentina o ¿Chile?, por solo mencionar algunos, sus democracias no son más que oclocracias tras espejismos (revestimientos) de democracia, en donde las turbas imponen su voluntad. ¿El Perú quiere continuar con esta decadencia o deformación de su democracia y convertirse en una oclocracia más? Pues actualmente el país va camino a ello y se está convirtiendo -quizá sin que muchos se percaten de ello- en una oclocracia en donde las turbas mandan, ante un gobierno débil, pusilánime, bajo los intereses de la corrupción y de ciertos demagogos de los que tanto abundan hoy en el país. No debemos permitirlo. La autoridad de la Constitución, de la democracia y del Estado de Derecho, debe hacerse respetar e imponerse. No queremos que la oclocracia gobierne nuestro país. No lo permitiremos. ¡Despierta Perú!

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