La columna del Director

LA TRAICIÓN DEL CARDENAL CASTILLO

Por: Luciano Revoredo

Mientras sectores ideologizados y manipulados  quieren encaminar al Perú  por el caos, el cardenal Carlos Castillo, arzobispo de Lima, ha clavado un puñal en el corazón de la fe católica. Desde el púlpito de la Catedral, en su homilía del 28 de septiembre, no solo bendijo a los revoltosos que paralizaron Lima con protestas violentas, sino que los elevó a profetas de la esperanza. “Han llenado el centro de Lima para reclamar orden frente a tantas injusticias y leyes que obligan a pagar a un sistema donde algunos roban”, proclamó, añadiendo: “No son terroristas, son personas con dignidad. La Generación Z, la última letra del alfabeto, es la última palabra, la esperanza”.

¿Esperanza? Mientras él hablaba, esas marchas dejaban heridos por las calles del centro sitiado con rejas derribadas y bombas molotov. Esto no es pastoral; es un respaldo descarado a la anarquía.

Castillo, invocando al Papa Francisco para “generar movimientos populares”, abraza una teología de la liberación que Juan Pablo II condenó como veneno marxista disfrazado de Evangelio.

¿Dónde está la voz de la Iglesia que clama por la paz? El Quinto Mandamiento no solo prohíbe matar; condena el caos que pone en riesgo vidas y hogares. El Catecismo de la Iglesia exige caridad que edifique, no revueltas que destruyan. ¿Qué diría Pío XI, que en Quadragesimo Anno alertó contra movimientos que siembran desorden bajo la máscara de la justicia?

Pero Castillo no se detuvo ahí. Su puñal cortó más hondo al hablar del voto católico. “La Iglesia no tiene candidato católico preferido. Ninguno. Si son buenos, elíjanlos; si son malos, no, por más católicos que parezcan”, afirmó, pidiendo juzgar por “propuestas y trayectorias” por encima de consideraciones relacionadas a la fe.

Castillo con su pastoral herética y cargada de odio olvida que los católicos deben apoyar líderes que defiendan la vida, la familia y la moral frente al laicismo que nos devora. Votar por un católico fiel no es fanatismo; es un acto de fe para proteger la civilización cristiana. Pero Castillo con su apoyo a los revoltosos y su desprecio al voto católico pinta a la Iglesia como aliada del caos y traidora de sus hijos. Esto no es un desliz; es un asalto desde dentro, como el de los modernistas que Pío X condenó.

Castillo no solo mancha la fe; la dinamita. No debemos quedarnos de brazos cruzados mientras un cardenal usa su mitra para predicar ideología en vez del Evangelio, es tiempo de expresar por todos los medios nuestra disconformidad con sus desatinos y rogar por su pronta destitución por el Santo Padre.

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