Vida y familia

NO SIRVO PARA NADA

Por: Tomás  González Pondal

Ayer, estando con una persona enferma, me hizo saber sus ganas de que “Dios ya se la lleve”, pues le parece que ya, ante la enfermedad que transita, “no sirve para nada”. Muchos años antes escuché por vez primera algo parecido de labios de una mujer muy anciana, y desde entonces a la fecha, cada tanto, vuelvo a escuchar esas palabras por parte de algunos que sufren mucho.

El dolor es algo tan personal, que podemos estar cometiendo el peor de los errores al intentar restar importancia a lo que no pertenece a nuestro granero. Por eso ante el sufriente debemos ser compasivos, recordando siempre que entre las obras de misericordia se hallan el “visitar a los enfermos” y “consolar al triste”. Pero quisiera detenerme en la expresión “no sirvo para nada”, pues creo que sucede exactamente todo lo contrario, suceso que solo puede ser apreciado desde la luz de la fe. Por eso aquí, en este breve escrito, desde esa luz será abordado el tema.

Encuentro en quienes padecen enfermedades (y enfermedades muy graves) que sirven demasiado. Diría incluso que son quienes tienen un servicio especial e impresionante. Desde luego que lo anterior sonará para muchos algo muy demencial, y eso debido a que, hace tiempo, la humanidad corre pareja tras el máximo confort, y, ante el añorado confort, desde luego el dolor es un terrible obstáculo que debe ser por todos los medios detestado. El desprecio, el echar al olvido, y la deformación mundana que se ha operado sobre Cristo, incluye, y no podía ser de otra manera a Su Cruz. Por eso también ahora se aplican las palabras paulinas: “Predicamos un Cristo crucificado: para los judíos, escándalo; para los gentiles, locura” (1 Corintios 1, 23).

Ante la intensidad del dolor es que he escuchado aquello de “no sirvo para nada.” El enfermo en tal condición se ve como inútil, postrado, casi sin movimientos, con una fatiga constante, sin poder hacer lo que quisiera hacer; y, junto a ello, no es raro que se sienta como una terrible carga para quienes lo están acompañando. Pero es en ese momento, momento en que la voluntad está mucho más prisionera, donde Dios parece querer mostrar de modo más singular su calidad de Artesano. Es ahí especialmente cuando toma a ese ser de barro llamado hombre, para hacer de él alguien bien acabado, usando un método artesanal propio de Él llamado “la cruz”. Y en la medida en que el enfermo con resignación y amor se asocia a ese plan, en la medida en que se deja moldear por los golpes de cincel que da el Divino Escultor, no solo sirve para algo, sino que sirve –como ya dije- de modo impresionante para un designio de la Providencia. Sirve de manera especialísima, pues sabe que ese sufrimiento Dios lo ha permitido, y quiere en él que se dé la permisión de Dios por amor a Dios. De modo que ese enfermo que se tiene por inservible y que piensa que “no sirve para nada”, está cumpliendo una misión, un servicio, sumamente valioso, y tan es así que puede decir con San Pablo: “nos gloriamos en las tribulaciones” (Romanos 5, 3). Es más, el enfermo que toma su cruz ingresa en ese misterio que San Pablo manifestó: “me gozo en los padecimientos a causa de vosotros, y lo que en mi carne falta de las tribulaciones de Cristo, lo cumplo en favor del Cuerpo Suyo, que es la Iglesia (Colosenses 1, 24). Por eso también ese enfermo que en su interior se ha convencido que “no sirve para nada”, debe trocar su congoja en gozo, y saber que al renunciar a su voluntad reniega de sus propios planes para seguir otros que han sido trazados por Dios: “El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga” (Mateo, 16, 24).

Por tanto, valgan estas escazas pero sentidas palabras, para decirles a todos aquellos enfermos que se ven en esta vida no sirviendo para nada, ¡que sirven y mucho, con solo besar amical y amorosamente la mano del Divino Escultor! Quien murió por nosotros en la Cruz, dió pruebas de cuánto le interesamos.

Cuando San Luis María Grignion de Montfort escribió su brevísima pero profundísima obra “Los amigos de la Cruz”, dejó estampadas estas palabras sobre Cristo y nosotros: “Dejadle actuar; os quiere, sabe lo que hace, tiene experiencia, cada uno de sus golpes es acertado y amoroso, no da ninguno en falso, a no ser que vuestra impaciencia lo inutilice.”

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