Internacional

LA REINA ISABEL II, EL PERSONAJE DEL 2022

El Funeral de Estado de SM Isabel II del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, congregó a más de 500 líderes y fue presenciado por más de 4,000 millones de personas, convirtiéndose en uno de los eventos más grandes de la historia.

Por: Jaime de Rivero

El pasado 8 de setiembre la BBC de Londres interrumpió su transmisión para anunciar el fallecimiento de la Reina Isabel II, ocurrido en el castillo de Balmoral en Escocia. A las escuetas palabras del presentador, trajeado de negro solemne, le siguió el himno británico con la imagen de la reina de perfil con la corona.

La conmoción que causó su muerte trascendió las fronteras de la isla y no hubo lugar en el que no se sintiera pesar por la fatalidad. Durante los diez días de luto decretado por el gobierno británico, el mundo siguió de cerca todo lo relacionado a su deceso y estuvo pendiente de cada paso del trayecto fúnebre desde Edimburgo hasta Londres. El funeral de estado, celebrado el 18 de setiembre, superó los 4,000 millones de espectadores, es decir, más de la mitad del planeta, en uno de los mayores eventos de todos los tiempos.

Por esos días, la prensa mundial repasó constantemente la vida de este personaje icónico, cuya longevidad -falleció a los 96 años, 70 de ellos en el trono- le permitió ser testigo o inclusive protagonista, de cambios fundamentales para la humanidad. Sin embargo, gran parte de la información divulgada redundó en asuntos triviales, lugares comunes y opiniones sesgadas, en la mayoría de casos propaladas por personas de notoria tendencia antimonárquica.

Así, se hizo común la frase “con su muerte finalizó el siglo XX”, con el propósito subrepticio de presentarla como rezago de una época superada. A reglón seguido, se especulaba sobre el fin de la monarquía, y cuando no, a una delirante abdicación al trono de Carlos III en favor de su hijo William, sin que exista ninguna razón para modificar la sucesión real en una nación en la que la tradición tiene un peso singular.

Los siglos finalizan cronológicamente, no con las personas, siendo las etapas o procesos lo relevante para la historia.  En esta línea, el estallido de la bomba atómica en Hiroshima y el fin de la Segunda Guerra Mundial ocurridos en 1945, marcaron el inicio de una nueva era. En opinión del historiador inglés Ian Kershaw, esta calamidad propició un periodo de transformación en el que “se aceleraron los cambios políticos, económicos, sociales y culturales que superaron a cualquier cosa conocida en tiempos de paz anteriores”.

Fue en esta coyuntura –o, mejor dicho, ruptura- en la que Elizabeth Alexandra Mary Windsor es coronada en 1952, asumiendo el cargo de Jefe del Estado del Reino Unido, que por entonces soportaba las terribles consecuencias de la guerra, entre ellas, el deterioro económico, la pérdida de capacidad industrial y el desempleo. A esta tragedia se le añadía la independencia de la India (1947) y el proceso de descolonización del resto del imperio británico, que aun cuando fue tolerado de manera pacífica para no perder poder e influencia económica en los territorios, significó un duro golpe a la dignidad de los ingleses.

La reina, como figura emblemática del fenecido imperio, coadyuvó a la unión del pueblo hacia el objetivo de reconstruir el país y devolverle su grandeza. Colaboró de forma permanente con el gobierno, sea conservador o laborista, protegiendo siempre la institución real en tiempos en que las monarquías habían sido suprimidas de casi toda Europa. Su imagen serena, prudente y cercana dio estabilidad a tres generaciones de británicos que crecieron con ella, lo que explica la popularidad que gozó hasta su desaparición.

En materia de política exterior tuvo una participación destacada. Años antes de asumir la corona, por encargo de su padre, el Rey Jorge VI, promovió el desarrollo de la mancomunidad de naciones o Commonwealth.  Durante su reinado, pasó de ser un grupo pequeño de países a una familia de 56 naciones en los cinco continentes, con estrechas relaciones políticas y económicas, y que al cabo del tiempo se convertiría en un mercado alternativo a la Unión Europea.

Por otro lado, las primeras décadas del reinado de Isabel II coincidieron con la revolución cultural de los años 60, que rompería la rígida y represiva estructura social forjada en la era victoriana.

Este movimiento llamado Contracultura, se inició en Inglaterra con la marcha antinuclear de Aldermaston de 1958, promovida por movimientos pacifistas inspirados en el pensamiento del filósofo galés Bertrand Russell.

El punto de inflexión fue la revolución sexual que se produjo a partir de 1960, con la publicación de la novela de D.H Lawrence, El Amante de Lady Chatterly (1960), tras 45 años de censura gubernamental por obscenidad. El libro, que narra la historia de adulterio en la que una mujer, Lady Chatterley, engaña a su aristocrático esposo paralítico para vivir su sexualidad junto a un obrero, provocó una conmoción en el Reino Unido al presentar el sexo como un derecho de goce de la mujer, por encima de la función meramente reproductiva que le había asignado el puritanismo desde tiempos ancestrales.  La aparición de la minifalda también cambió la percepción sobre el cuerpo y la libertad, y contribuyó a remover los cimientos más restrictivos de la sociedad.

De la Contracultura surgieron los movimientos underground, el hipismo, ecologismo, feminismo, entre otros. Aparecieron también los Beatles, Rolling Stones y Pink Floyd con su severa crítica a la educación oficial en The Wall. Todos ellos, desde distintas aristas, cuestionaron el rumbo de la sociedad durante la Guerra Fría y lograron modificar los patrones culturales tradicionales imperantes hasta entonces.

La corona británica no fue ajena a estos cambios y contrariamente a la imagen estereotipada de conservadurismo intransigente que algunos le indilgan, la reacción fue tolerante considerando la rigidez institucional. La condecoración con la Orden del Imperio Británico a los Beatles (1965) y a la creadora de la minifalda, Mary Quant (1966), ambas entregadas personalmente por la reina en el Palacio de Buckingham, son prueba de ello.

No hay duda que Isabel II cumplió sobradamente con la responsabilidad que la historia puso sobre sus hombros, y a pesar de las transformaciones culturales y los tiempos turbulentos, logró que la monarquía subsista como pieza angular de la identidad británica, preservando esta tradición mayor a un milenio, cuya solidez quedó refrendada en la trascendencia y fastuosidad de sus propias exequias. No fue reina de un siglo pasado, sino la principal soberana de la era actual, cuyo inicio coincidió con el de su reinado.

En palabras de la ex primera ministra del Reino Unido, Elizabeth Truss, Isabel II ha sido la roca sobre la que se construyó el Reino Unido moderno, que creció y floreció bajo su reinado, convirtiéndose en el gran país que es hoy gracias a ella.

 

Dejar una respuesta