Internacional

GLOBALIZACIÓN, MUNDIALISMO Y LA SENDA DEL ANTICRISTO

Por Gianfranco Sangalli.-

Globalización desde una perspectiva económica.
Desde una perspectiva económica, la “globalización” alude a una aceleración de procesos productivos de bienes y servicios de las economías (mercados) nacionales, y parte de las empresas allí localizadas, y su intercambio a una escala mundial (supranacional).

Los procesos globalizadores se dan en dos órdenes, uno privado y otro público. En la esfera privada se observan en el fenómeno de la “transnacionalización” con el relacionamiento supranacional de empresas. En la esfera pública en la creciente “internacionalización” con la siempre más evidente interdependencia entre los Estados-Nación.

Desde los años ’70 del siglo XX, pero sobre todo desde los ’90, ambos procesos han ido de la mano de un progresivo desarrollo de instituciones y normas multilaterales para la adecuación de las regulaciones y políticas internas de los países receptores de los capitales productivos y financieros, así como de los conocimientos (patentados) y servicios.

A partir de la lógica de los Acuerdos del GATT (1993), para encausar estos procesos fijando las reglas (“multilateralismo global”) de deregulación arancelaria –y, después, se espera financiera- se creó en 1995 la Organización Mundial del Comercio (OMC). Ésta resulta complementaria al FMI y al Banco Mundial, en sus roles de “ajuste y fiscalización” y de “reformas estructurales, respectivamente, que condicionan directamente las políticas de los gobiernos nacionales.

La aceleración y verdadera viabilidad práctica de los procesos de globalización han sido hechas posibles por la Revolución Tecnológica, sobre todo en relación a los procesos de informatización, que de todos los aspectos de tal revolución es el que más ha incidido (condicionado) en todo tipo de actividad humana, y a través del cual se articulan y conectan todas las demás vertientes de esta revolución sin precedentes en la historia de la Humanidad. La conjunción de la informática y las telecomunicaciones en lo que se denomina “telemática” es la herramienta que ha incrementado exponencialmente los procesos económicos, al generar en estos un triple aumento: mayor productividad (ahorro de trabajo no cualificado, de materiales y de espacio); mayor velocidad (se eliminan tiempos muertos); mayor ductilidad (aumento de flexibilidad de las técnicas, que permite dar respuesta más precisa a la demanda de los consumidores).

La Revolución Telemática ha facilitado alianzas estratégicas de capitalistas para la producción de bienes y servicios sin fronteras nacionales, y una imparable multiplicación en la circulación mundial de los mismos, como internacionalización, en lo que se ha dado en denominar “comercio intrafirma”. En efecto, una parte creciente del comercio internacional no es más que un instrumento del sistema productivo transnacional.

Hay que apuntar, someramente, que al interior de la “globalización” fenómeno de escala planetaria, se observan equivalentes fenómenos de “regionalización” (de los procesos de intercambio e inversión), a veces acompañados de armonización de políticas preferenciales y de regímenes normativos (lo que se denomina “regionalismo”).

El problema es que este libre mercado mundializado hace que los capitales se transfieran allí donde los salarios son más “competitivos”, con el resultado de que el liberalismo genera millones y millones de trabajadores desempleados en el Primer Mundo, mientras contrata otros tantos por pagas 10 ó 20 veces inferiores en el Tercer Mundo.

Globalización desde una perspectiva cultural.
Se puede intuir con facilidad que condición de viabilidad de la “globalización económica” es inducir una progresiva convergencia (generalización) a escala mundial de los modelos y patrones de consumo; desde las tendencias en la forma de vestir, los hábitos alimenticios, los hábitos de higiene, hasta los símbolos de status social, las preferencias musicales, los medios de diversión y un abundante etcétera. En definitiva, una preocupante aculturación global al materialismo.
Pero también hay otra aún más inquietante dimensión de la “globalización cultural” que tiene que ver con las filosofías e ideologías que la informan y que deben asegurar las bases (el “mercado global”) para el ejercicio de un único Poder (Gobierno) Mundial, que supuestamente habrá de garantizar la mayor eficiencia de los flujos, los intercambios, la “igualdad” y la “paz” en todo el Orbe.
Globalización desde una perspectiva política (el Mundialismo).

La aspiración mundialista viene de lejos, tuvo su semilla en las doctrinas económicas liberales de Adam Smith (no por mera coincidencia economista del Imperio Británico) cuyas últimas lógicas consecuencias previó proféticamente el economista Friedrich List (inspirador de la industrialización de Alemania) en 1841 al criticar la doctrina de A. Smith diciendo de ésta que “…En el fondo, no es más que un sistema de economía privada, individualista, dirigido a crear un estado de cosas en que no habría más naciones distintas, diversos intereses nacionales o nacionalidades, ni diferentes constituciones políticas o grados de cultura…Es una pura teoría de tenderos, de mercaderes privados, no una doctrina que indique como generar, mantener y salvaguardar las potencias productivas de una nación entera”. Pero también el mundialismo está influenciado por el “fabianismo” (socialismo utópico inglés fundado en 1884, cuyos líderes manifestaban la aspiración a un Estado mundial de tipo tecnocrático -cuyo germen debía ser el imperio británico-, encargado de planificar la administración de los recursos materiales y humanos del planeta).

Las grandes directrices de este proceso son elaboradas en el marco de unas exclusivas y secretistas organizaciones privadas (“clubes”) de élites empresariales, políticas e intelectuales de matriz iluminista y masónica, tanto “conservadoras” cuanto “progresistas” (nadie se sorprenda: los círculos capitalistas comparten con los marxistas la aceptación filosófica del “materialismo histórico”, en cuanto para ambos lo único real es la “estructura”, es decir, la forma de producción, que determina la “superestructura”, es decir, las categorías culturales). Entre estas variadas organizaciones, no se puede dejar de citar, en orden de antigüedad, el Club Bilderberg y la Comisión Trilateral.

El grupo Bilderberg fue fundado en mayo de 1954 por iniciativa del consejero político Jozef Retinger y financiado por el magnate David Rockefeller, como mesa estratégica de los intereses privados euro-norteamericanos, detrás de la Alianza Atlántica. Pero el verdadero propósito de esta organización fue puesto en evidencia por el mismo Rockefeller en las palabras de gratitud que dirigió, durante la reunión de 1991 en Sand, Alemania, a los miembros representantes “de los medios de comunicación, por haber respetado por más de 40 años su promesa de discreción (…) En efecto, nos habría sido imposible desarrollar nuestro proyecto para el mundo si en estos años hubiésemos estado bajo los reflectores de la publicidad. Pero el mundo hoy es más sofisticado y dispuesto a proceder hacia un gobierno mundial. La soberanía supranacional de unas élites de intelectuales y de banqueros es preferible a la autodeterminación nacional…”.

Ensayando la generación de semejante élite, el mismo Rockefeller junto con el intelectual Henry Kissinger funda en 1973 la Comisión Trilateral, organización de 450 dirigentes de transnacionales, intelectuales, políticos y periodistas de Europa, Norteamérica y Japón, con el objetivo declarado de elaborar una “amplia estrategia global para la gestión de la interdependencia” y para afrontar y “tener bajo control los problemas globales: el proteccionismo, la sobrepoblación y los conflictos”. Su método de actuación es la acción discreta sobre los gobiernos, en especial el de los EE.UU., cuyo “interés nacional”, principio rector de su política exterior, contribuye a definir a través del Council on Foreign Relations (CFR), otro de los “Think Tank” mundialistas, fundado en 1921 por el mismo perfil de personajes y bancos, e inspirado en el británico Royal Institute for International Affairs (RIIA, Londres 1920) para la definición de la Agenda Global Anglosajona; y ya se sabe que ese “interés nacional” se traduce en la promoción armada de la “democracia” y del “libre mercado” en todo el planeta (o al menos en los países que no son lo suficientemente fuertes para resistir) para asegurar su incorporación al “mercado global”, premisa del “gobierno mundial”.

Entre los miembros iniciados (“insiders”) de estas, y otras, organizaciones mundialistas (como la B’nai B’rith, logia masónica exclusiva para judíos, que nutre a todas de sus miembros), convergen avideces capitalistas y milenarismos hebraicos, voluntades de dominio totalitario y ocultismos masónicos, materialismo dialéctico y biblismo de “libre examen”, espiritismo y business financiero. Todos acomunados en el objetivo de homogeneizar a las naciones, mediante la promoción del relativismo-hedonismo en el plano cultural; del laicismo-agnosticismo en el plano espiritual; del naturalismo en el plano educativo; del igualitarismo en el plano ideológico; del consumismo materialista en el plano económico; y, de la desinformación en el plano informativo.

El Mundialismo en la perspectiva Católica.
Estas son las raíces oscuras de la utopía mundialista, la suma de los errores de los siglos pasados y de las presentes “estructuras de pecado”, es decir, de situaciones sociales o instituciones contrarias a la ley divina, expresión y efecto de los pecados personales. Utopía que pretende unir por mano del hombre a las naciones en un único cuerpo, contrahechura de la unión final de la Humanidad en el verdadero Reino de Dios.

El Supremo Magisterio de la Iglesia de Cristo ha condenado los principios y efectos del Mundialismo en el Orden Internacional. Así, Pío XII, Pontífice Máximo, en su Mensaje de Navidad de 1941 reafirmó el valor internacional de cada identidad nacional y la libertad de las naciones, y reprobó inapelablemente la utopía cosmopolita o mundialista, a la que opuso la doctrina cristiana del Derecho Natural de Gentes, como único fundamento posible de un Orden Internacional que realice el Bien Común.

A pesar de esta condena, el mundo actual parece ir inexorablemente hacia la realización del Mundialismo. Sin embargo, no hay que dejarse engañar por las apariencias, pues la realidad edificada por estas fuerzas es solo virtual, pura apariencia de éxito, que tiene pies de barro porque está construida sobre la mentira, inspirada como está por el Padre de la Mentira (y, además, mucha gente les resiste, como se acaba de ver en Gran Bretaña donde el referéndum sobre el BREXIT se ha resuelto con la derrota de los poderosos fautores del mundialismo, lo que animará a la resistencia en otros países).

En efecto, el Mundialismo, en su substrato y manifestaciones, ha sido anticipado por la escatología teológica católica e identificado con las formas del Anticristo. Veámoslo recurriendo a la Enciclopedia Católica:

“El Anticristo está implícito en las frases paulinas sobre el poder tenebroso que gobierna este mundo, reino opuesto al Reino de Cristo (Ef. 6, 12; Col. I, 13; cf. Lc. 22, 53) porque regido por Satanás ‘príncipe de este mundo’ (Jn. 12, 31; 14, 30; 16, 11). El Anticristo está caracterizado por el orgulloso fasto del dominio universal y por la impostura. El Anticristo se afirma a través de los siglos hasta que no realice la ‘apostasía’: es una potencia político-económica que tiene el dominio del mar y controla todo comercio (Apoc. 13, 17; 18, 11-19); patrona de todos los medios, subyuga irresistiblemente y fascina a los hombres con la violencia enmascarada y las promesas sugestivas, y con el interés y los placeres los enajena al Reino Celeste (Apoc. 3, 3-17; 17, 3-4, 17-18; 18, 9-24); más que combatir directamente a Dios, se Le sustituye en el corazón de los hombres, siendo éste el único modo de aniquilar el Reino.”

En cualquier caso, podemos vivir con esperanza porque la impostura mundialista ya está juzgada y condenada a desaparecer en la nada de la que proviene (cf. Apoc. 17, 15 y 18; 18, 1-11)

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