Cultura

EL ASCENSO (O CAÍDA) DEL HOMO LABORIS

Por: Jorge Rodríguez Rodríguez*

Para calcular los costes mundiales de las psicopatologías en el mundo laboral, el dinero siempre tiene valores relativos, pero quizá el tiempo nos ofrezca un criterio más estable: se pierden 12 mil millones de días de trabajo derivados de la depresión y ansiedad, sea por ausencias, descansos médicos y en el peor de los casos los accidentes.

Aquí hay que sumar las variadas actitudes para la salud que genera el estrés en el trabajo, las disforias conductuales como comprar por comprar (¿no han notado que tienen algunas prendas en su armario que siguen con la etiqueta de tienda?), comer en exceso, alcoholismo y hasta la promiscuidad como forma de “premiarse” o compensar lo duro que trabaja uno.

La tercera parte de nuestra vida “útil” (desde los 18 hasta cerca de los 70 años) la dedicamos a trabajar, aunque muchos superan tranquilamente las 8 horas diarias y podemos sumarle las labores no reconocidas que se hacen o completan en el hogar, podríamos cargar también las horas de transporte y la necesidad de contestar llamadas o grupos de WhatsApp en varios momentos en nuestro supuesto tiempo personal.

De alguna manera el eres lo que haces terminó invirtiéndose en lo que no hagas no será y nadie quiere sentirse un fracasado. Cuando la labor del día a día toma un significado de mero cumplimiento, algo que no es nuestro y en el cual nos sentimos una insignificante parte reemplazable, es cuando buscamos escapismos y acciones compensatorias en cuyos excesos nuestra mente se duerme o se engancha de manera insana.

Byung-Chul Han comenta en su último ensayo “La Sociedad del Cansancio”, que el sujeto que está obligado a rendir termina perdiendo su vida en base a un incorrecto ideal de autorrealización. Hace varias décadas notamos como la humanidad aceptó vivir en una sociedad del “rendimiento”.

Gurús, influencers, billonarios, gerentes y otros nos hablan constantemente de hacer más, de estar mucho mejor, empujar los límites, aumentar los clientes y de usar todo nuestro potencial, sostener una dinámica de esa naturaleza es inviable para muchos, quienes alcanzan a las justas  a compartir frases motivacionales en sus redes sociales y después notan con desdén que muy lejos no van a poder llegar, logrando de este modo acrecentar esa sensación de nunca ser suficiente o peor aún, el vacío o sinsentido de lo que uno hace.

Muchos pensarán que solo hay responsabilidad en los empleadores y en la “cultura de eficacia” que intentan implantar, sin embargo, son muchos los trabajadores que no ven una vida fuera del trabajo. Varios pacientes me han comentado que los días de descanso no sabían que hacer, que preferían volver a actividades laborales antes que tener que lidiar con las cuestiones del hogar, en donde experimentaban que las cosas no avanzaban.

El hombre que trabaja, el “homo laboris”, es el hombre que produce; pero producir originalmente significa engendrar, procrear y criar, y no, aislarse o encerrarse en una obsesión por los objetivos. Producir es hacer un trabajo humano, en donde cada movimiento se oriente a hacer el bien, implica en el fondo afinar una miranda más trascendente.

Trabajar es fabricar clavos que sostendrán un hogar feliz; refinar gasolina que ayudará a salvar distancias y unir a las personas, es cuidar la vida de la gente que terminará cuidando dignamente a otros. El bienestar de mis colegas es la muestra de que trabajo bien, y de que, si necesito de ellos, también estarán, porque arquitectónicamente hablando, todos somos, en su momento y lugar, piedras angulares que sostendrán a los demás.

 

 

* Docente del Departamento de Psicología de la Universidad Católica San Pablo

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