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PRESIÓN CIUDADANA DERROTA A DE LA AGENDA WOKE EN LA CIDH

Los derechos humanos deberían ser un escudo para la soberanía y la justicia, un argumento de defensa de la dignidad humana y no un arma ideológica. En ese sentido se acaba de marcar un hito histórico. Arif Bulkan, comisionado y segundo vicepresidente de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), presentó su renuncia con efectos inmediatos al cargo que ocupaba desde enero de 2024. Esta salida no fue un adiós voluntario ni un relevo natural, sino el resultado de una batalla campal librada por la sociedad civil contra la ideologización y el abuso de poder. Global Center for Human Rights, pionero en alzar la voz, celebra esta renuncia como una “victoria gigante” para la defensa de la verdad, la justicia y la soberanía de los países americanos.

La irregularidad era flagrante y violaba directamente las normas del Sistema Interamericano de Derechos Humanos, así como los estándares internacionales de la ONU. Bulkan, un jurista guyanés con una trayectoria académica en derecho constitucional y penal, asumió el 16 de octubre de 2025 como juez en la Corte Caribeña de Justicia (CCJ), un tribunal supranacional que resuelve disputas en el Caribe. Al mismo tiempo, continuaba como comisionado en la CIDH, donde ejercía funciones cuasi-prosecutoriales: investigando violaciones de derechos humanos, emitiendo informes y supervisando a los Estados miembros.

Esta doble militancia creaba un conflicto de intereses devastador. Como comisionado, Bulkan podía impulsar perspectivas ideológicas en sus relatorías —como la de personas LGBTI, que él mismo lideraba— y, al día siguiente, validarlas como juez en la CCJ.

Casos que pasaran por la CIDH podrían recalar en la CCJ, donde Bulkan actuaría como árbitro de sus propias decisiones. “Esto es una tremenda incompatibilidad. La CIDH no dice nada y es una grave violación de las normas internacionales”, denunció María Anne Quiroga, Directora de Investigación de Global Center for Human Rights, en una entrevista reveladora con Agustín Laje.

Global Center for Human Rights fue el único organismo en señalar esta anomalía a finales de octubre. Mientras la CIDH guardaba un silencio cómplice durante dos meses, la organización lanzó una campaña de firmas y presiones diplomáticas. “Mientras todos miraban hacia otro lado, nosotros levantamos la voz. Mientras muchos callaban, ustedes nos acompañaron”, escribió Sebastián Schuff, presidente del centro, en un mensaje dirigido a sus aliados.

La presión funcionó: Bulkan dimitió, pero no sin que la CIDH emitiera un comunicado que expuso su propia desconexión con la realidad.

El boletín oficial de la CIDH, fechado el 15 de noviembre, fue un ejercicio de eufemismo alucinante. Lejos de reconocer la irregularidad, el organismo felicitó a Bulkan por su “nombramiento como Juez” en la CCJ, omitió por completo el conflicto de intereses y “lamentó su renuncia” mientras le deseaba “mucho éxito” en su nuevo rol. “Una demostración más de que la CIDH es fiel únicamente a sí misma y a su agenda, no a la justicia ni a los pueblos del continente”, criticó Schuff.

Esta omisión no es aislada. Quiroga, en su entrevista con Laje, detalló cómo la CIDH ha sido “penetrada por la izquierda globalista”, promoviendo agendas “woke” que contradicen la Convención Americana sobre Derechos Humanos —el pilar del sistema, que protege la vida desde la concepción y la familia tradicional—. Ejemplos sobran: la imposición de derechos inventados como la “identidad de género”, el silencio ante violaciones en regímenes izquierdistas (como asesinatos políticos en México) y la exclusión de comisionados conservadores.

El secretariado ejecutivo, liderado por Tania Reneaum —exdirectiva de Amnistía Internacional y activista pro-aborto—, filtra casos para alinearlos con esta visión. Financiada por ONGs aliadas, la CIDH ignora la soberanía nacional, imponiendo fallos vía opiniones consultivas que saltan congresos, como en Costa Rica con el matrimonio igualitario en 2017.

Esta renuncia no es un fin, sino un comienzo. Demuestra que la sociedad civil organizada puede doblegar agendas ideológicas y restaurar la neutralidad institucional.

Hoy, con Bulkan fuera, la CIDH enfrenta su espejo: ¿seguirá fiel a su agenda o al mandato de servir a los pueblos? La respuesta depende de nosotros. La verdad, al fin, salió a la luz.

 

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