Internacional

DE TROYA A GAZA: LA HISTORIA ES MAESTRA DEL PRESENTE

Por: Gabriela Pacheco

Recuerdo que, durante un campeonato de futbol internacional, los alumnos estaban preparando sus pronósticos para cada partido, y uno de ellos preguntó:

  • Entre Alemania y Francia, ¿Quién gana? – dijo el adolescente organizador
  • Francia, – contestaron al unísono los demás estudiantes

Escuchó la profesora de historia y sentenció:

  • Alemania
  • Miss, tú no sabes nada de futbol, rieron todos
  • Y ustedes no saben nada de historia, concluyó la profesora

 

Huelga mencionar que efectivamente, la escuadra alemana arrasó con su símil francés. Hasta ese momento, no habían reparado en la gran influencia del dominio alemán en el espíritu francés, que se conservaba en la conciencia gala y que sentían como una nueva amenaza del poderío germano. Ni siquiera el entrenador había reparado en la influencia de la historia en el ánimo nacional francés.

“El acontecimiento es la punta del iceberg, no se comprende sin la parte sumergida. Esta es el contexto y las determinaciones profundas que permiten a la vez explicar el acontecimiento y de hacer mejor la parte que le es propia”.[1]

“Quien olvida su historia está condenado a repetirla”[2], no porque los sucesos se van a repetir sino porque siendo fuente de aprendizaje el hombre no lo aprovecha, no asimila el caudal de experiencias que se tiene ni trasciende sobre ellas. Las mejores lecciones de la vida se encuentran en los relatos y sucesos de la historia de la humanidad. Saber el punto de partida, ayuda a avanzar, a evitar muchas veces la pérdida de tiempo y desgaste de potencial humano, pero, sobre todo, favorece a la comprensión del presente para proyectarse para el futuro. Y si esto influye en el fútbol, ¿Qué otra actividad humana no está afectada por su pasado?

Si se considera que la historia es algo más que el estudio del pasado, y que como Cicerón la define es testigo del tiempo, luz de la verdad, memoria de la vida, maestra de la vida y mensajera de la antigüedad[3], el estudio de la historia es necesario como parte fundamental para tener conciencia del presente y visión hacia el futuro. En filosofía, el hombre tiende a preguntarse sobre sus orígenes y raíces, para conocer su presente y saber hacia dónde va; el estudio de la historia estaría respondiendo una de las primeras preguntas filosóficas que daría sentido a la existencia humana.

La importancia de la historia radica en contestar una pregunta mayor ¿por qué? Más que reconocer el quién, cómo y el cuándo es primordial advertir los porqués para entender los procesos históricos y la propia realidad. Aprender a situarse en un contexto histórico, a visualizar las relaciones con otros pueblos, internarse dentro de las organizaciones humanas, facilitan el acercamiento a la comprensión de la condición humana. Principalmente, enseñan a gobernar; quien no conoce su historia no entiende su presente y no sabe cuál será su futuro, “El que gobierna mal esclaviza a su pueblo” (Marin, 2025).

Una gran lección de sabiduría la descubrimos en el griego Sófocles. En su tragedia Filoctetes, nos presenta un dilema ético muy adecuado que puede ayudar a entender el conflicto judío – palestino. Filoctetes un príncipe aqueo que ayudo a Heracles durante sus trabajos y que también lo asistió en sus últimos momentos prendiendo la pira funeraria, recibió como herencia su arco con las flechas impregnadas del veneno de la Hydra. A pesar de que Filoctetes acudió al llamado de Odiseo para unirse a la Guerra de Troya, fue abandonado en la isla de Lemnos debido a una herida infectada y pestilente que le supondría la muerte. Luego de años de asedio infructuoso, el profeta Heleno reveló que, sin el arco de Heracles, el arco que poseía Filoctetes, Troya no caería. Odiseo ordena a Neoptólemo, el hijo de Aquiles, que busque a Filoctetes y lo traiga de regreso y de ser necesario que lo engañe y le quite el arco. El joven Neoptólemo se debate entre obedecer la orden o actuar con justicia. Después de meditarlo, obra con rectitud, con un reconocimiento de la verdad Neoptólemo consigue que Filoctetes se vuelva a unir a la causa griega. Finalmente, Filoctetes ingresa a Troya con el ejercito dentro del Caballo de madera, y gracias a su arco y sus flechas envenenadas da muerte a Paris. El núcleo de la tragedia gira en torno al dilema entre la necesidad política y militar frente al respeto de dignidad humana y la compasión.

Filoctetes, aislado en la isla, representa al pueblo herido y marginado. Su dolor recuerda tanto el de los palestinos desplazados y confinados como el de los israelíes marcados por la memoria del Holocausto y los ataques constantes. Como pueblo se siente abandonado e incomprendido.

“Me dejaron aquí por mi dolor, como si no valiera nada; pero sigo siendo un hombre y un héroe. . . No soy solo el dueño de un arma; soy un hombre que merece respeto”[4]

 Así como los griegos no pueden vencer sin Filoctetes, ni Israel ni Palestina pueden alcanzar paz y seguridad sin reconocerse mutuamente. En el conflicto, los intentos de manipulación, violencia o promesas incumplidas alimentan el resentimiento; la vía genuina requiere verdad y afirmación mutua. Odiseo propone a Neoptólemo engañar a Filoctetes para arrebatarle el arco, pero el joven noble le responde: “No puedo manchar mi nombre con la mentira, aunque la victoria lo exija”. La verdadera salida no está en la fuerza ni en el engaño, sino en la reflexión de las necesidades del otro y en el diálogo sincero. La victoria no es posible si se intenta suprimir permanentemente a la otra parte.

Muchas veces el dolor histórico se presenta como obstáculo para llegar a un acuerdo de paz. Tanto los acontecimientos del “Nakba”, la catástrofe palestina del desplazamiento, como el Shoá, el Holocausto judío, ambas heridas fundacionales siguen definiendo las identidades, memorias y reclamos de israelíes y palestinos hasta hoy. Traumas históricos que define su visión del presente y que nos demanda reconocimiento mundial y justicia. Más que un recuerdo vivido en la memoria colectiva es la causa de separación y condición para cualquier acuerdo realista, no se puede construir la paz ignorando las heridas históricas. Tal como lo vislumbró Neoptólemo ninguna solución duradera puede fundarse en la exclusión o el engaño, sino en el reconocimiento mutuo del dolor y la legitimidad del otro. Líderes y potencias han usado estrategias de manipulación, promesas incumplidas o violencia sin conseguir la ansiada paz. El dilema es si seguir por ese camino o apostar por la sinceridad y el diálogo real porque el problema de los refugiados no puede seguir esperando.

El lamento de Filoctetes por el abandono se vuelve cada día más visible en la realidad de los refugiados de la Franja de Gaza, “Me dejaron solo, sin auxilio de nadie, padeciendo dolores insufribles. ¿Y no ha de mover a compasión tal desventura?”. El problema complejo y de larga duración tiene raíces históricas, políticas, sociales y humanitarias. Sobre todo, no nos puede dejar indiferentes la realidad en la que viven los desterrados, en un territorio pequeño (365 km²) con más de 2,3 millones de habitantes, una de las zonas más densamente pobladas del mundo, de las cuales alrededor de 1,7 millones son refugiados. Más de la mitad viven en 8 campos hacinados, con problemas graves de infraestructura, saneamiento, electricidad, agua potable y empleo, en donde mueren más de 20 niños diariamente (Unicef, 2025). Los conflictos armados recurrentes han destruido viviendas, escuelas y hospitales dejando detrás una crisis humanitaria crónica sin solución.

Hoy me han abierto los ojos. Hoy despierto, demasiado he sufrido las adversidades de dolor por las acciones de quienes eran encargados de protegerme. . .”[5]

La gran lección que Sófocles nos deja en la tragedia de Filoctetes es que la justicia y la humanidad deben prevalecer sobre la utilidad y la conveniencia política. Una victoria obtenida mediante la deshumanización no es una verdadera victoria. Así, la tragedia griega se convierte en un espejo de conflictos actuales, donde el reto no es solo vencer al adversario, sino aprender a convivir con él. El conflicto judío – palestino refleja el gran tema universal de la exclusión, la justicia, la legitimidad de la fuerza y la necesidad de reconciliación.

El conflicto árabe-israelita tiene sus raíces en las aspiraciones de dos pueblos por la misma tierra, y que significa más que la misma tierra, pues representa su soberanía e identidad nacional. El pueblo judío, busca un hogar nacional después de siglos de persecución, y el pueblo palestino que, con su cultura, fue desplazado de la región que habitaba desde hacía siglos, y que hoy está amenazado por la creciente presencia judía. Ambos necesitan la tierra para vivir con seguridad y de la que ambos han sido –en circunstancias diferentes– desposeídos. Este no es un conflicto racial ni religioso, el islam no había sido enemigo de los judíos, incluso los judíos disfrutaron de la confianza en la España musulmana. Ambos pueblos y sus religiones han convivido en paz durante siglos.

Dos grandes pueblos, árabes e israelíes, condenados a vivir juntos desde hace 4.000 años. Dos pueblos hermanos, ambos semitas, ambos descendientes del gran patriarca Abraham. Dos pueblos tenaces y persistentes que no abandonarán sus confrontaciones, como dice el proverbio árabe, “hasta ver pasar ante su puerta el cadáver del enemigo”.

 

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[1] LE GOFF, Jaques, Por una larga Edad Media, Publicado por RUANO.- BORBALAN,Jean-Claude, L’histoire aujourd’hui, Paris, Éditions Sciences Sociales, 1999

[2] https://entretierras.net/2013/03/14/la-memoria-de-los-pueblos/

[3] http://www.culturahistorica.es/textos_historiadores.html#73 Cicerón, De Oratore [55 a. C.], II, 36, escritor, orador y político romano (106 AC-43 AC)

[4] Las siete tragedias de Sófocles (1921), Ed. Bruguera

[5] Las siete tragedias de Sófocles (1921)

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