
Por: José Antonio Anderson
Helena Kowalska era una adolescente sencilla, como ella misma diría más adelante “soy muy pequeñita, soy la miseria…” En aquella joven que se auto percibía pequeña y que tenía plena conciencia de su poquedad y de su miseria, fijó el Señor su profunda mirada dando cumplimiento a lo que Él mismo afirmó: “Tomando Jesús la palabra, dijo: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños… (Mt. 11, 25-26)”.
Siendo muy joven aún, Helena intentó aplacar su hambre de trascendencia y búsqueda de la verdad con sucedáneos; así, trató de entregarse a las vanidades de la vida, distracciones que no saciaban su sed de infinito. Un día estando en una fiesta, cuando empezó a bailar, de pronto vio al Señor Jesús despojado de sus vestiduras, cubierto de heridas, diciéndole estas palabras “¿hasta cuando me harás sufrir? ¿hasta cuándo me engañarás?” (Diario de Santa Faustina Kowalska 9).
El 30 de abril de 1925 ingresa al Convento de la Congregación de la Madre de Dios de la Misericordia, tomando el nombre de Sor María Faustina del Santísimo Sacramento. Había respondido afirmativamente al llamado divino, no desperdició esa gracia del Señor, como diría San Pablo: “…os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios. Pues dice Él: En el tiempo propicio te escuché y en el día de salvación te ayudé. Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación (2 Cor. 6,1-2)”. El tiempo para ella era propicio, tan es así que empieza a dialogar cara a cara con el Señor, de manera totalmente extraordinaria y milagrosa, pues lo veía frente a frente como si fuera tan natural y cotidiano.
A la Superiora de ese entonces, estas gracias le parecieron inverosímiles. Le decía que “no era posible que Dios conviviera tan íntimamente con una criatura” y le aconsejó hablar con el confesor, pero ese confesor tampoco la entendió y así anduvo del confesor a la superiora y de la superiora al confesor, sin ser entendida por ninguno. En otra ocasión una de las hermanas de mayor edad le dijo “Quítese de la cabeza hermana que el Señor Jesús trate con usted tan familiarmente, con una persona tan mísera, tan imperfecta, el Señor Jesús trata solamente con las almas santas, recuérdelo bien…” Faustina reconoció que en algo tenía razón, “porque yo soy miserable, dijo; sin embargo, confío en la Misericordia de Dios…” En esa última parte está la palabra clave que el Señor le quería mostrar a su hijita pequeña, la clave que describe la naturaleza misma de Dios, pues el Señor realmente tiene entrañas de Misericordia, siendo la misericordia una palabra que proviene de los vocablos miseria y corazón, y que implica la acción de compadecerse de los sufrimientos y de la miseria del otro. Y el Señor la consolaba diciéndole “Quédate tranquila hija mía, precisamente a través de tal miseria quiero mostrar el poder de mi Misericordia”.
Al darse cuenta que no recibía ninguna tranquilidad de las superioras, decidió no hablar más de esas cosas puramente interiores. Incomprendida y mirada con lástima, en la boca de todas las demás, Sor Faustina en un acto de evasión, trataba de evitar esas gracias de Dios porque no quería pasar como loca o alucinada. Pero de repente le invadió un recogimiento tan grande, y sintió una voz interior del Señor que le decía “No tengas miedo, Yo estoy contigo”. Así se cumplía en ella la tierna promesa: “Porque yo, Yahveh tu Dios, te tengo asido por la diestra. Soy yo quien te digo: «No temas, yo te ayudo» (Is. 41, 13)”.
Sor Faustina tuvo la gracia de poder ver personalmente el Purgatorio: “Vi a mi Ángel de la Guarda, quien me ordenó seguirlo. En un instante me encontré en un lugar brumoso y lleno de fuego, donde había una gran multitud de almas sufrientes. Oraban fervientemente por sí mismas, pero sin eficacia; solo nosotros podemos ayudarlas. Las llamas que las quemaban no me tocaron en absoluto. Mi Ángel de la Guarda no me abandonó ni un instante. Pregunté a estas almas cuál era su mayor sufrimiento. Me respondieron al unísono que su mayor tormento era el anhelo de Dios. Vi a la Madre de Dios visitando a las almas en el Purgatorio. Las almas llaman a María “La Estrella del Mar”. Ella les trae consuelo. Quise hablar con ellas un poco más, pero mi Ángel de la Guarda me indicó que saliera. Salimos de aquella prisión de sufrimiento. Escuché una voz interior que decía: «Mi misericordia no quiere esto, pero la justicia lo exige». Desde entonces, estoy en comunión más estrecha con las almas que sufren (Diario de Santa Faustina Kowalska 19)”. Notemos que es una tarea olvidada de nosotros, la Iglesia peregrina, el socorrer con nuestras oraciones a las almas del Purgatorio, como lo hace María, la Madre de Dios.
Por esos años, hacia 1931, Sor Faustina recibe un encargo singular del Señor Jesús, como ella misma relata: “Al anochecer, estando en mi celda, vi al Señor Jesús vestido con una túnica blanca. Tenía una mano levantada en señal de bendición, y la otra tocaba la túnica a la altura del pecho. De debajo de la túnica, ligeramente descorrida a la altura del pecho, emanaban dos grandes rayos, uno rojo y otro pálido (…) Después de un rato, Jesús me dijo: «Pinta una imagen según el diseño que ves, con la firma: Jesús, en Ti confío». Deseo que esta imagen sea venerada, primero en tu capilla y luego en todo el mundo. (Diario de Santa Faustina Kowalska 47)”.
Cuando el confesor le mandó a Sor Faustina a preguntar al Señor Jesús por el significado de los dos rayos que están en esta imagen; ella contestó que se lo preguntaría al Señor. Y ella misma señala que “Durante la oración oí interiormente estas palabras: Los dos rayos significan la Sangre y el Agua. El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas… Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de Mi misericordia cuando Mi Corazón agonizante fue abierto en la cruz por la lanza. Estos rayos protegen a las almas de la indignación de Mi padre. Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos, porque no le alcanzará la justa mano de Dios (Diario de Santa Faustina Kowalska 299)”. Los rayos rojos simbolizan evidentemente la Eucaristía y los blancos la confesión o penitencia.
La acogida positiva al Agua y a la Sangre nos recuerda otro acontecimiento que sucedió en 1906 al aún niño y también polaco Maximiliano Kolbe, después de un reproche de su madre, se fue a orar a la Iglesia y a invocar la ayuda de Nuestra Señora: “Continué pidiéndoselo en la Iglesia entonces se me apareció llevando dos coronas, una blanca y una roja. La blanca significaba que yo permanecería puro, la roja que sería mártir. Me preguntó si las quería. Yo respondí «Sí las quiero». Entonces me contempló dulcemente y luego desapareció. (No olvidéis el amor: La pasión de Maximiliano Kolbe, André Frossard p. 29)”.
Los hombres en el mundo actual, distraídos por los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, como nunca fueron conocidos antes en la historia, se ha hecho dueño y ha dominado la tierra mucho más que en el pasado. Un mundo así, parece no dejar espacio a la misericordia (Dives in Misericordia 15).” Un mundo que le huye al sufrimiento, porque no ve en él la dimensión purificante y trascendente y no solo individual sino como perteneciente a un cuerpo, que es la Iglesia. En ese sentido, hay un solo precio por el cual se compran las almas, este es el sufrimiento unido al sufrimiento del Señor Jesús en la Cruz. El amor puro comprende estas palabras, el amor carnal no las comprenderá nunca. Solo un alma sensible y humilde, sencilla, con la inocencia de los niños pequeños es capaz de acoger la Misericordia del dulce Señor Jesús. Sor Faustina era consciente de esta realidad. Por ello trató de aprender del Señor la verdadera humildad, encarnando el mandato divino “Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas (Jn. 11,29)”.
Al recibir el encargo de pintar la imagen de la Divina Misericordia, Sor Faustina, recibe el encargo de transmitir una promesa también singular “Yo prometo al alma que venere esta Imagen que no perecerá. También prometo, ya aquí en la tierra, la victoria sobre los enemigos y, sobre todo, a la hora de la muerte. Yo, el Señor, la protegeré como a Mi propia Gloria (Diario de Santa Faustina Kowalska 48)”. Jesús también le revela los sentimientos de su desbordante amor por todos los hombres y sobre todo por los pecadores que son los más necesitados de su Divina Misericordia “Que el pecador no tenga miedo de acercarse a Mí. Las llamas de la misericordia me queman; deseo derramarlas sobre las almas (Diario de Santa Faustina Kowalska 50)”. Palabras que nos recuerdan al Salmo 69 “pues me devora el celo de tu casa (Sal. 69, 10)”.
Jesús exhorta a no tener miedo de acercarse a su Misericordia “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de Mi misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre las almas que se acercan al manantial de Mi misericordia. El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas. En ese día están abiertas todas las compuertas divinas a través de las cuales fluyen las gracias (Diario de Santa Faustina Kowalska 669)”. Y Jesús añade, “Que ningún alma tenga miedo de acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata. La humanidad no conocerá la paz hasta que no se dirija a la fuente de Mi misericordia (Diario de Santa Faustina Kowalska 669)”. Esta promesa se aclara con el texto del Profeta Isaías cuando dice “Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán (Isaías 1,18)”.