
El veredicto emitido por el pueblo chileno en las elecciones presidenciales del 16 de noviembre no es un episodio aislado ni una fluctuación coyuntural. Con más del 70 % de los votos escrutados inclinándose hacia candidaturas de derecha, Chile ha certificado el ingreso a una segunda vuelta en la que José Antonio Kast se perfila no solo como favorito, sino como expresión acabada de una tendencia continental que lleva años gestándose: el retorno masivo de los pueblos hispanoamericanos a los principios de orden, libertad responsable y defensa intransigente de la vida y la familia.
Este proceso no comenzó ayer. En diciembre de 2023, Javier Milei irrumpió en la Casa Rosada con un programa radical de desregulación económica y reducción del Estado que, lejos de ser un experimento libertario excéntrico, ha logrado estabilizar la moneda, bajar la inflación a un dígito y reactivar la inversión privada en tiempo récord.
En abril de 2025, Daniel Noboa fue reelecto en Ecuador con el 56 % de los votos en segunda vuelta, consolidando un modelo de seguridad ciudadana basado en la recuperación del monopolio de la fuerza por parte del Estado legítimo y en la cooperación internacional sin complejos ideológicos.
En Bolivia, la Corte Constitucional le cerró definitivamente el camino a una cuarta candidatura ilegal al narcopedófilo Evo Morales, certificando el fin político del impresentable cocalero y el colapso del proyecto plurinacional autoritario que había dividido al país durante casi dos décadas.
Chile, pues, no hace sino sumarse a una ola que ya es avalancha. El avance de Kast –con el respaldo explícito de Evelyn Matthei y Johannes Kaiser para la segunda vuelta– representa la confluencia de tres corrientes que hoy dominan el debate político latinoamericano: el rechazo visceral al socialismo del siglo XXI, la demanda de autoridad efectiva frente al crimen organizado transnacional y la revaloración de los principios no negociables en materia de antropología y ética pública.
En este nuevo mapa, el Perú no puede permanecer como espectador pasivo. Nuestro país arrastra una década de deterioro institucional sin precedentes: seis presidentes en ocho años, un Congreso permanentemente cuestionado, una economía informal que supera el 70 % del empleo, índices de delincuencia alarmantes, y sobre todo, una ofensiva cultural sostenida que pretende desnaturalizar la institución familiar y relativizar el derecho fundamental a la vida. En este contexto crítico, la figura de Rafael López Aliaga se erige como la alternativa política más coherente y mejor preparada para encabezar en nuestro país el necesario giro conservador que Hispanoamérica está protagonizando. Su liderazgo se sustenta en cuatro pilares que hoy resultan imprescindibles:
- Defensa absoluta de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, sin eufemismos ni excepciones legales que abran la puerta al aborto eugenésico o a la eutanasia disfrazada de “muerte digna”. López Aliaga ha sido el único líder nacional que ha mantenido una posición pública inamovible frente a los lobbies internacionales que, con financiamiento millonario, pretenden imponer en el Perú la agenda abortista de la ONU y de las fundaciones europeas.
- Promoción de la familia natural como núcleo irreemplazable de la sociedad y primera línea de defensa frente al Estado totalitario. Su oposición frontal a la ideología de género en los colegios, a la redefinición legal del matrimonio y a la adopción por parte de parejas del mismo sexo responde a la evidencia antropológica y sociológica que demuestra que los niños necesitan un padre y una madre.
- Recuperación de la libertad económica y la propiedad privada como motores del desarrollo. Su plan de gobierno –presentado en el CADE Ejecutivos 2025– incluye la revocación de concesiones mineras ociosas para reasignarlas a inversionistas serios, la eliminación de trabas burocráticas que asfixian a las pymes, una reforma tributaria que baje la presión impositiva a niveles competitivos con Chile y Uruguay y la reducción del estado y desaparición de toda forma de estatismo populista.
- Restauración del orden público y la autoridad del Estado mediante una política de mano dura: construcción de cárceles de máxima seguridad, deportación inmediata de delincuentes extranjeros, depuración policial y judicial, y declaración de estado de emergencia en las zonas controladas por la minería ilegal y el narcotráfico.
Estos cuatro ejes no son meras propuestas electorales; constituyen un programa que responde punto por punto a los fracasos del progresismo criollo y a las demandas reales de la ciudadanía peruana.
Las encuestas más recientes –CEP, Ipsos y Datum– coinciden en colocarlo como el único candidato de derecha con posibilidades reales de disputar la segunda vuelta en 2026.
El mensaje que llega desde Santiago de Chile es claro: cuando la derecha se presenta unida, con discurso nítido y sin complejos ideológicos, los pueblos responden masivamente. El Perú tiene hoy la oportunidad histórica de sumarse a esta marea ascendente. Una esperanza recorre el continente: la esperanza de la libertad.
Hispanoamérica será la tumba del progresismo.
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