Iglesia

EL PAPEL DE MARIA EN LA REDENCION DE LOS HOMBRES

Por: José Antonio Anderson

El 4 de noviembre de 2025, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, que dirige el Cardenal Víctor Manuel Fernández, ha publicado una Nota doctrinal sobre algunos títulos marianos referidos a la cooperación de María en la obra de la salvación denominada “Mater Populi Fidelis”, la cual se encuentra refrendada por el Papa León XIV, en la que se  señala que “teniendo en cuenta la necesidad de explicar el papel subordinado de María a Cristo en la obra de la Redención, es siempre inoportuno el uso del título de Corredentora para definir la cooperación de María. Este título, prosigue la nota, corre el riesgo de oscurecer la única mediación salvífica de Cristo y, por tanto, puede generar confusión y un desequilibrio en la armonía de verdades de la fe cristiana”

Los sentimientos con que los fieles católicos recibieron esta Nota y las expresiones de insatisfacción e incomodidad pública son evidentes en los pronunciamientos y manifestaciones que se han suscitado desde entonces en todo el orbe, porque se trata de una aproximación tendenciosa e inoportuna porque no se venía discutiendo como cuestión al interior de la Iglesia. Escandaliza además al pueblo de Dios y genera gran confusión y desaliento entre los fieles. Es, por decir lo menos, una afrenta al nombre de María Santísima por lo que ha logrado generar al interior de la Iglesia. Ciertamente, el Maligno confunde a los creyentes porque a partir de ahí se ha suscitado una serie de ataques dirigidos precisamente a minimizar el rol de la Santísima Virgen María en la obra de la salvación. Muchos protestantes cantan victoria, y señalan que por fin la centralidad de la Iglesia Católica se fija en Jesucristo y no en una mujer mortal.

Sin embargo, nunca la Iglesia Católica ha puesto la centralidad de la salvación en María.  La visión católica es siempre Cristocéntrica; ello se desprende incluso del rezo del propio Ave María. “En efecto, su elemento más característico, la repetición litánica en alabanza constante a Cristo, término último de la anunciación del Ángel y del saludo de la Madre del Bautista: «Bendito el fruto de tu vientre» (Lc. 1,42) (SS Pablo VI, Exhortación Apostólica Marialis Cultus N° 46)”.  Pero la figura de María aparece siempre adherida a la de su Hijo, incluso en el Gólgota, cuando los discípulos ya habían huido y dejado solo al Señor, María aparece participando tan plenamente de su Pasión: “Junto a la cruz de Jesús estaba su madre (Jn.19, 25)”.  Sobre el particular, es de grato recuerdo lo que refiere la Encíclica “Ad diem illum laetissimum” del Papa San Pío X, “¿Acaso Dios no podría habernos dado, de otro modo que no fuera a través de la Virgen, al Redentor del género humano y Fundador de la Fe? Pero, puesto que la Divina Providencia se ha complacido en que tuviéramos al Hombre-Dios por medio de María, quien lo concibió por obra del Espíritu Santo y lo llevó en su seno, solo nos resta recibir a Cristo de manos de María. Por eso, siempre que las Escrituras hablan proféticamente de la gracia que habría de aparecer entre nosotros, el Redentor de la humanidad casi siempre se nos presenta unido a su madre (SS Pío X, Encíclica Ad diem illum laetissimum N° 6)”.

San Pío X recuerda además que “A través de la Virgen, y a través de ella más que por ningún otro medio, se nos ha ofrecido un camino para alcanzar el conocimiento de Jesucristo, es indudable si se recuerda que, con ella, y solo con ella, Jesús estuvo durante treinta años unido, como un hijo suele estar unido a su madre, en los lazos más íntimos de la vida familiar. ¿Quién mejor que su Madre podía tener un conocimiento profundo de los admirables misterios del nacimiento y la infancia de Cristo, y sobre todo del misterio de la Encarnación, que es el principio y el fundamento de la fe? María no solo conservó y meditó sobre los acontecimientos de Belén y los hechos que tuvieron lugar en Jerusalén, en el Templo del Señor, sino que, al compartir los pensamientos y los deseos más íntimos de Cristo, puede decirse que vivió la vida misma de su Hijo. Por lo tanto, nadie conoció jamás a Cristo tan profundamente como ella, y nadie podrá ser más competente como guía y maestra en el conocimiento de Cristo (SS Pío X, Encíclica Ad diem illum laetissimum N° 7)”.

Entonces cabe preguntarnos ¿esto no es una colaboración de la Santísima Virgen María en la obra de redención de los hombres? ¿No existe acaso una cooperación de María en la obra de la salvación? ¿Dónde está el riesgo de oscurecer la única mediación salvífica de Cristo, si se la entiende como siempre lo entendió la tradición de la Iglesia, un rol subordinado al de su Hijo? ¿Qué hubiera pasado si en lugar de un “sí”, María hubiera dicho “no”? Por nuestra parte nunca podremos negar que, en la realización de la obra de redención, la Santísima Virgen María estuvo íntimamente unida a Cristo.

Ya el Papa Pío XII, para júbilo de la Iglesia, había sostenido en la Encíclica Ad Caeli Reginam que “Ciertamente, en el sentido pleno y estricto del término, solo Jesucristo, el Dios-Hombre, es Rey; pero María también, como Madre del divino Cristo, como su colaboradora en la redención, en su lucha contra sus enemigos y en su victoria final sobre ellos, participa, aunque de manera limitada y análoga, de su real dignidad. Pues de su unión con Cristo alcanza una radiante eminencia que trasciende la de cualquier otra criatura; de su unión con Cristo recibe el derecho real de disponer de los tesoros del Reino del Divino Redentor; de su unión con Cristo, finalmente, se deriva la inagotable eficacia de su intercesión maternal ante el Hijo y su Padre (SS Pío XII, Encíclica Ad Caeli Reginam N° 39)”.

Debemos precisar pues, que no hay una prohibición expresa y categórica para usar esas denominaciones de la Santísima Virgen María, incluyendo la de Corredentora y Medidora de todas las gracias, pues no se trata de una Encíclica ni tampoco de una Exhortación Apostólica; sino que únicamente es una Nota; es decir, se encuentra en la escala más baja de los documentos pontificios.  Por lo tanto, al no ser Magisterio Extraordinario o Magisterio Ex Cathedra, no hay infalibilidad alguna en su contenido. Debe entenderse, por lo tanto, como una simple recomendación.

Además, debe recordarse el singular pasado del mentor de esta Nota, el Cardenal Víctor Manuel Fernández, quien mereció inclusive una investigación de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. En efecto, el Cardenal Gerhard Müller, quien dirigió el mencionado Dicasterio de 2012 a 2017, confirmó que la Congregación para la Doctrina de la Fe había mantenido un expediente sobre el Cardenal Fernández a finales de la década de 2000 debido a preocupaciones sobre su teología.

El 1 de julio de 2023, el Cardenal Víctor Manuel Fernández fue designado por el Papa Francisco como Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, y generó gran polémica cuando el 13 de diciembre de 2023 ya a cargo de dicho Dicasterio, emitió la Declaración Fiducia Supplicans, que abre las puertas a la posibilidad de otorgar la bendición canónica a parejas en situación irregular lo que incluye a las parejas del mismo sexo, lo que ha confundido grandemente a muchos fieles que cuestionan la intrínseca contradicción que se presenta en la posibilidad de bendecir al pecado mismo.

Tengamos en cuenta que el segundo mensaje de la Virgen en Garabandal señalaba que “Los sacerdotes, obispos y cardenales van muchos por el camino de la perdición y con ellos llevan a muchas más almas”. Y peor todavía, la profecía de la Virgen en La Salette resulta más apocalíptica aún “La corrupción clerical es espantosa y abominable haciéndose eminente un gran castigo: «Los sacerdotes, ministros de mi Hijo, los sacerdotes, por su mala vida, por sus irreverencias y su impiedad al celebrar los santos misterios; por su amor al dinero, a los honores y a los placeres, se han convertido en cloacas de impurezas…” y añade, “Roma perderá la fe y se convertirá en la sede del Anticristo”.

Nosotros por nuestra parte, mantengámonos firmes en la fe en Jesucristo y en la tradición de la Iglesia, “Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús (1 Tim. 2,5)”. Reparemos en el antiguo Canon Romano, que conmemora respetuosamente a la Madre del Señor en densos términos de doctrina y de inspiración cultual: “En comunión con toda la Iglesia, veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor..”; así también el posterior Canon III, que expresa con intenso anhelo el deseo de los orantes de compartir con la Madre la herencia de hijos: “Qué Él nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos: con María, la Virgen Madre de Dios…

Debemos hacer nuestra la exhortación del papa Pío XII: “Que el nombre de María sea venerado con la mayor reverencia, un nombre más dulce que la miel y más precioso que las joyas; que nadie profiera palabras blasfemas, señal de un alma impura, contra ese nombre agraciado con tanta dignidad y venerado por su bondad maternal; que nadie se atreva a pronunciar una sola palabra que no le haga el respeto debido a su nombre (SS Pío XII, Encíclica Ad Caeli Reginam N° 48)”.

En tal sentido, como decía San Luis María Grignion de Montfort ¡Que no se atreva a esperar la misericordia de Dios quien ofende a su Santa Madre!, a lo que nosotros agregamos, ¡Quien ofenda a la Santísima Virgen María, sea anatema!

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