La columna del Director

ALDO CORZO: EL ESFUERZO Y LA FE DE UN TRICAMPEÓN

Por: Luciano Revoredo

En el fútbol peruano donde el talento precoz e innato suele imponerse, la figura de Aldo Corzo irrumpe como una excepción. Su historia no es la del elegido por la naturaleza, sino la del hombre que decide, a fuerza de voluntad, labrarse un destino. Mientras otros crecieron envueltos en elogios por la habilidad congénita, Corzo lo hizo desde abajo, construyéndose a sí mismo con disciplina, sacrificio y una terquedad admirable para no rendirse nunca.

Desde las canteras hasta los estadios más exigentes del país, avanzó sin promesas de grandeza, pero con una convicción férrea. Ese camino, arduo e improbable, lo terminó coronando como el capitán indiscutible del tricampeonato de Universitario de Deportes. Su trayectoria no responde al molde del prodigio: es la del luchador que transforma sus limitaciones en fortalezas y convierte el trabajo constante en una virtud capaz de sostener equipos enteros.

Debutó profesionalmente con Alianza Lima en 2007, pasó por Juan Aurich y Deportivo Municipal, pero fue en la ‘U’, el equipo de sus amores —desde su llegada en 2017— donde encontró su verdadera dimensión. Bajo la presión permanente de una hinchada que no perdona la falta de entrega y que se identifica con la garra, Corzo se convirtió en el pilar defensivo del equipo y en la brújula emocional del vestuario. Allí lideró la obtención de los títulos de 2023, 2024 y el reciente 2025 (en el que privilegiando lo colectivo aceptó con modestia ir a la banca), un tricampeonato histórico que lo sitúa entre los capitanes del club que trascienden en la gloria crema.

Ese logro no es producto del azar ni de un talento efervescente: es consecuencia directa de un hombre que decidió superarse cada día. Entrenadores y compañeros coinciden en una frase que ya parece un sello: “Aldo no es el más rápido ni el más técnico, pero nadie lo iguala en garra y compromiso” y precisamente la garra es el sello distintivo del más grande y más campeón: Universitario de Deportes.

Su secreto no está en las condiciones, sino en la actitud. En levantarse después de cada caída. En liderar sin aspavientos, con el ejemplo, inspirando a quienes descubren en él que la constancia también es una forma de genio.

Fuera de la cancha, su vida es igual de elocuente. No alimenta escándalos ni vive pendiente del reflector. No aspira a socialité y mucho menos a playboy.  Su centro es su familia y su fe. Se muestra siempre rodeado de quienes lo acompañaron desde el inicio: sus padres. Cuando celebra un título, sus primeras palabras no van a la tribuna, sino al cielo. Agradece a Dios y a la Virgen María con una devoción íntima, filial y serena, y recuerda que, en su orden de prioridades, el fútbol siempre va después de lo esencial, es decir de la fe.

“No estoy solo. Quiero agradecer primero a la Virgen María. Ella llegó aquí; el profesor vino con una estatua de la Virgen María, y soy muy devoto de ella, y todo ha sido increíble, pero gracias a la Virgen María y mi familia, a mi papá y a mi mamá que están en casa. Los quiero mucho”. Fueron sus primeras palabras, entre lágrimas, a la prensa en las tinieblas del Matutazo del 2023.

Suelo verlo en la misa dominical de mi parroquia en La Molina: llega sin alardes de divo, se sienta donde haya espacio, reza con naturalidad y se integra como un feligrés más. A la salida se confunde entre los fieles y recibe sin afectación los saludos de los hinchas que lo identifican.

Emociona ver que en su brazalete de capitán crema está la imagen de la Virgen, no como amuleto supersticioso, sino como guía. Ese gesto —esa forma de vivir— añade una dimensión humana a su carrera, convirtiéndolo en referente para tantos jóvenes que buscan ídolos que no solo ganen, sino que inspiren un modo de vida superior.

Aldo Corzo no es solo un defensor confiable. Es la prueba viviente de que el verdadero campeón se forja en la adversidad y en la coherencia. Su legado en Universitario trasciende los trofeos: es una lección de perseverancia y fe en un país que, hoy más que nunca, necesita ejemplos auténticos.

 

 

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