Vida y familia

EDUCAR CON AMOR EN TIEMPOS DE PRISA: LA FAMILIA COMO ESCUELA DE VIRTUDES

Por: Mgtr. Gilda Espinoza Valverde

Vivimos en un mundo acelerado y lleno de distracciones que, muchas veces, nos hace perder de vista lo esencial: la familia. El trabajo, el consumo y la presión social ocupan nuestra atención y relegan lo más valioso, que es acompañar y educar a nuestros hijos. Surge entonces la pregunta: ¿estamos construyendo hogares donde el amor, la formación y la fe sean el centro de nuestra vida?

El magisterio de san Juan Pablo II nos recuerda que la familia no es solo una estructura social, sino una comunidad profundamente humana y espiritual. La define como “Iglesia doméstica”, donde se transmite la fe, se cultivan valores y se experimenta la comunión. En ella, cada miembro es amado por lo que es y aprende a compartir, perdonar y crecer.

Si educar en familia significa enseñar a amar, entonces también implica formar en virtudes fundamentales. La fortaleza nos prepara para enfrentar con valentía las dificultades; la templanza ordena los afectos; y la prudencia, como enseñó Santo Tomás de Aquino, es “el dictamen recto de lo que debe hacerse”. A ellas se suman la fe, la esperanza y la caridad, que sostienen la vida espiritual y social. Estas virtudes no se transmiten solo con palabras, sino principalmente con el ejemplo diario de los padres.

Educar es amar con presencia, es colaborar con Dios en la creación de la vida. Es una misión integral que trasciende lo biológico o pedagógico, y convierte al hogar en un espacio sagrado. Por ello, los padres debemos ser el primer y más fuerte testimonio de amor y coherencia. Nuestros hijos aprenderán lo esencial a partir de lo que ven en nuestro actuar cotidiano.

En tiempos de prisa, corremos el riesgo de delegar esta misión a la escuela, creyendo que un buen colegio o universidad es suficiente. Sin embargo, la verdadera formación empieza en casa, donde los hijos descubren su identidad y propósito. Es allí donde deben ser acompañados en el despliegue de su máximo potencial, guiados en la búsqueda de su misión y fortalecidos en su capacidad de amar.

Educar no significa librarlos de las adversidades, sino prepararlos para enfrentarlas. La vida les presentará momentos de oscuridad y duda; allí es cuando más necesitan aferrarse a la esperanza. Por ello, es preciso inculcarles que la vida tiene un destino bueno y que su esfuerzo, aun imperfecto, colabora en la obra de Dios. Darles esta convicción es ofrecerles una base firme para caminar con fortaleza.

La sociedad necesita jóvenes maduros, libres y comprometidos, capaces de formar nuevas familias con sentido y dejar huella positiva en el mundo. Para llegar allí, debemos detenernos y mirar a nuestros hijos con nuevos ojos, dedicarles tiempo de calidad y sembrar en ellos valores sólidos. La verdadera transformación social comienza en el hogar.

Como recordó san Juan Pablo II en Familiaris consortio:

“La familia cristiana ha de convertirse cada vez más en una comunidad de vida, para dar origen y cultivar con alegría nuevas y preciosas existencias humanas, a imagen de Dios.”

Hoy es el momento para reconectar, educar con el corazón y vivir la familia como lo que es: un regalo divino y la escuela más auténtica de amor y virtudes.

 

 

* Profesora de la Escuela de Educación de la Universidad Católica San Pablo

Dejar una respuesta