Por: Luciano Revoredo
A propósito de la celebración del día del padre y de haber despertado entre los abrazos de mis hijos tuve una gran alegría, pero también me embargó una enorme nostalgia.
No pude evitar el obligado recuerdo de aquellos felices días de la infancia con mi padre, pero también el cómo en la sociedad actual se nos ha escamoteado el verdadero sentido de la paternidad.
Esa enfermedad mental que insisten en llamar progresismo y que todo lo envenena, tiene desde hace décadas bajo amenaza los roles de padre y madre. Los activistas de la ideología de género y las feministas están empeñados en eliminar todas las distinciones entre hombres y mujeres, entre padres y madres.
Además los hombres, es decir los padres, son un objeto particular de desprecio, a menudo tildados de ‘tóxicos’ o si se niegan a doblegarse a las demandas del ‘progresismo mundialista’ son excluidos y etiquetados como parte del sistema heteropatriarcal que hay que destruir.
Contrariamente a esta tendencia, la sociedad sana necesita de la masculinidad; necesitamos con urgencia hombres buenos que vivan de acuerdo con las ideas tradicionales de virtud y caballerosidad, que respeten los valores, que amen a sus familias. No necesitamos más esperpentos feminizados bajo el mote de las nuevas masculinidades. El hombre ha de ser viril, fuerte, protector de su familia y no ese remedo de verdaderamente tóxico de hombre emasculado que nos propone el cáncer feminista.
No debemos seguir los mandatos venenosos que para los padres se propone en nuestra cultura decadente, los hombres de verdad debemos ser ejemplo y testimonio vivo de la necesidad de familias saludables dirigidas por padres auténticos. La paternidad influye en el hombre de muchas maneras, lo perfecciona, lo hace completo. El padre al recibir a un niño indefenso, de su propia carne y sangre, sabe que su vida cambia para siempre.
La propuesta de la sociedad moderna pretende ocultar este sentido de la paternidad. Se induce a las mujeres a retardar la maternidad y a prescindir de los hombres. Y por otro lado se feminiza a los hombres y se les ahuyenta de la paternidad. El mundo perfecto del mundialismo progresista es un mundo si padres. Un mundo sin hombres, una sociedad feminizada.
Tengo tres hijos hombres y los amo tanto como se puede. Comparto con ellos como mi padre lo hizo conmigo, aficiones, diversiones y valores. Aspiro a que sean hombres de bien. Que algún día sean padres amorosos y buenos esposos. Por eso desprecio esa ideología virulenta del feminismo que los pretende minimizar y convertirlos desde niños en los villanos de la historia.
El Perú necesita de buenos padres, de hombres auténticos capaces de formar familias sólidas. En esas familias, en los diálogos entre padres e hijos, en la transmisión de valores y tradiciones, en la educación en la fe de nuestros mayores, está la clave de la creación de una sociedad mejor.
Gracias por estas reflexiones, lástima que los modelos de paternidad sean futbolistas y faranduleros. Ese es el problema peruano, y diría sudamericano. Hay tan pocos Hombres, así con mayúscula, generalmente son niños grandes y siguen sus caprichitos en todo. La virilidad está en franca decadencia desde los sesenta del siglo pasado. Por eso es tan importante el Rosario de Hombres y una figura olvidado del cristianismo a quien harían bien los padres en encomendarse, San José