Por: Luciano Revoredo
Cuando Pedro Salinas presentó su libro Mitad monjes, mitad soldados, sobre el Sodalicio de Vida Cristiana, publiqué un artículo en este portal en el cual señalaba que había que separar la paja del trigo y que si había abusadores debían ser sancionados con toda severidad, pero que no se podía meter a justos y pecadores en el mismo saco. Menos aún generalizar y manchar a toda la iglesia. (https://www.laabeja.pe/acerca-del-sodalicio/)
En el mismo artículo recordaba que había pasado algunos años de mi juventud en las Agrupaciones Marianas, parte de la llamada Familia Sodálite, época en que conocí a Pedro Salinas. En mi tiempo de agrupado no percibí nada de lo que Salinas denuncia en su investigación.
Salinas, a quien hasta entonces tenía como contacto en mis redes sociales puso un comentario a mi artículo en el que decía “… alucina, yo tampoco vi nada nunca”, haciendo referencia a los casos de abuso sexual. Pero luego de ese amistoso comentario, cambió de actitud y publicó un furibundo artículo en el que despotricaba contra mí, con un desborde masivo de adjetivos. Me vi en la obligación de contestarle y, ante su súbita virulencia, hacer un seguimiento al tema, pues me pareció que algo olía mal.
Han pasado los años y he seguido atentamente el asunto. Hemos destapado en LA ABEJA diversos aspectos del compromiso de Salinas con organizaciones internacionales enemigas de la iglesia y sus planes anticlericales. Asimismo, de su actuar poco veraz en el caso de la querella que le interpuso Monseñor Eguren, en la que fue encontrado culpable de difamación agravada. Su labor no tiene la limpieza del que actúa por un ideal o por la verdad.
Este seguimiento nos llevó a involucrarnos también en el terrible y doloroso tema del abuso sexual en la iglesia. En febrero de este año asistimos a la Cumbre Vaticana sobre abusos sexuales y la protección de los niños convocada por el Papa Francisco. Y fue ahí, en Roma, donde nos vimos las caras nuevamente con Salinas Chacaltana.
Había concluido la cumbre y muy temprano, de madrugada, llegué al counter de KLM en el aeropuerto de Fiumicino y de pronto ahí, frente a mí, estaba Pedro Salinas. Como lo cortés no quita lo valiente, ante la sorpresa ambos hicimos el espontáneo gesto de estrecharnos las manos. -Hola Pedro… ¿Cómo estás?- dije. Fue casi un acto reflejo. Salinas titubeó unos segundos y dijo – Aquí pues… recibiendo tu caca… con ventilador…- Me esquivó la mirada – Pero nunca he dicho una mentira…- respondí. Ese fue todo nuestro diálogo, luego de casi veinte años sin vernos. Luego estuvimos doce horas en el mismo avión, cada uno por su lado.
Durante ese vuelo de regreso tuve muchas horas para pensar y poner en claro algunas ideas. Pensé mucho sobre la actitud de Salinas. Y recordé algunas cosas sobre su devenir. Lo recuerdo cuando en los lejanos años ochenta nos cruzábamos con frecuencia en los rosarios o misas del Sodalicio. Casi todo el tiempo que él vivió como sodálite yo lo pasé en las Agrupaciones Marianas.
En 1987 un terremoto sacudió al Sodalicio. Virgilio Levaggi, uno de los hombres fuertes, súbitamente “renunció”. Casi simultáneamente lo hizo Salinas. Existe también otra versión que dice que, ante ciertas denuncias, Luis Fernando Figari habría pedido a ambos su separación de la institución. Los más memoriosos recuerdan que Levaggi pasó un tiempo aislado lo mismo que Salinas. También circula la versión que señala que ambos habrían pedido que se les permita renunciar y no quedar como expulsados. Figari habría aceptado esto e incluso aceptó hacer un viaje a Roma con Levaggi para que anuncie su renuncia ante los contactos que mantenía en el Vaticano, en círculos muy elevados de la curia romana. Esta es una de las versiones que hemos podido recoger de quienes vivieron esos momentos. Siempre quedará la duda. Lo cierto es que ambos salieron del Sodalicio casi al mismo tiempo.
En el momento de su salida Salinas no denunció nada. Es más, mantuvo amistad con sodálites y afecto por la institución. Prueba de ello es lo que publica en el diario Correo el 18 de febrero de 2001 con motivo de la muerte de Germán Doig. Cito algunas partes del artículo titulado Soldado de Cristo:
(…)El pasado 13 de febrero murió sorpresivamente, a los 43 años, Germán Doig, vicario del Sodalitium Christianae Vitae, organización católica a la que pertenecí alguna vez, y a la que le agradezco parte de mi formación.
(…)Germán era un ser humano completo. Disciplinado, de esos que trabajan con convicción, cuya oratoria se basaba en la acción. De aquellos que caminan siempre por la senda del honor. Brillante en lo intelectual, sólido en sus afectos, consecuente con sus creencias. Germán era, en buen romance, un soldado de Dios, un guerrero de Cristo.
Me enteré el día de su entierro, por otro amigo del Sodalitium, que Germán quería verme por estos días. Nunca sabré para qué. Ya no importa. Cuando le dieron sepultura a Germán, con el himno sodálite replicando en mi interior, descubrí el sentido de los entierros:que un hombre demuestra con su vida que era digno de morir, que sus pensamientos y acciones lo hacen merecedor de la inmortalidad.
Se puede ver el artículo completo en: https://drive.google.com/file/d/1fdqNEtpntTRzCrX88OVOitnZbqrDrvUS/view?usp=sharing
Este artículo lo escribió Salinas luego de catorce años de su separación del Sodalicio. Ahora dice que se alejó por la violencia psicológica que se ejercía en su contra, porque se le escondieron las cartas de su padre, e incluso en el libro de su autoría cuenta que Levaggi su director espiritual habría hecho con él unos tanteos de indudable intención sexual, a lo que Salinas habría reaccionado rechazándolo. Inclusive, en varias ocasiones, ha hecho hincapié en que él no ha sido víctima de abuso sexual. Al leer el artículo publicado en Correo se deduce que nada de lo que luego constituye para él un abuso le habría afectado aún. Es decir, a catorce años de su “renuncia” aún no tenía conciencia de los abusos en su contra. Todo esto vendría a confirmar lo que dice el Protocolo de Pericia Psicológica de la División Clínico Forense del Ministerio Público, que en el año 2016 llegó a la conclusión de que su experiencia en el Sodalicio no fue traumática para él.
En los años posteriores a su salida del Sodalicio yo mantuve contacto con Virgilio Levaggi, debido a que ambos escribíamos en El Comercio y andábamos en un proyecto de formar una ONG con él, Hugo Guerra Arteaga y Luis Lamas Puccio. Proyecto que no se concretó. Levaggi luego empezó a trabajar con Hernando de Soto en el Instituto Libertad y Democracia. Recuerdo en esos días haber asistido a un cumpleaños suyo en la casa de sus padres en el parque González Prada en Magdalena. Conocí ahí a Hernando de Soto que gozaba entonces de la fama de gurú que había adquirido unos años antes con la publicación de El otro sendero. En esa reunión estuvo también Pedro Salinas. Hay versiones que aún no logro confirmar, que señalan que Salinas habría vivido en esa misma casa de Levaggi en esos días.
El proyecto de la ONG se concretó tiempo más tarde. Con Juan Carlos Valdivia, Manuel Pulgar Vidal y Alfredo Maturo, entre otros, formamos Paz y Desarrollo, con la cual nos dedicamos durante varios años a temas relacionados a la pacificación, la lucha contra el narcotráfico y la sustitución de cultivos.
Me tocó entonces ocupar la Presidencia del Instituto, Valdivia era el Director Ejecutivo, Pulgar Vidal veía temas ambientales y Maturo asuntos administrativos. Toda esta historia viene al caso porque un día del año de 1990 recibí una llamada de Levaggi. Me invitó a almorzar para hablar, según dijo, de un tema personal. El almuerzo se desarrolló normalmente en el apacible local del Valentino en San Isidro. Unas pastas y una botella de buen vino fueron el preámbulo a un pedido: – “Luciano, te quiero pedir un gran favor” – dijo Levaggi. Asentí y continuó – “Es sobre Pedro Salinas. Él trabaja conmigo en el ILD, pero no podrá continuar, o en el mejor de los casos estará a medio tiempo, eso no le va a permitir tener un ingreso decente, tú sabes que es una buena persona, tal vez lo puedas incorporar a Paz y Desarrollo”- Y así fue. Salinas se incorporó a nuestro Instituto para ver asuntos comunicacionales. Es evidente pues que Salinas y Levaggi tuvieron una estrecha amistad mientras fueron miembros del Sodalicio y que esa relación se mantuvo así aún años después que ambos se apartaron de la institución. En la foto que encabeza este artículo se nos puede ver de izquierda a derecha, parados a Pulgar Vidal, Maturo y Salinas. Sentados Revoredo y Valdivia (QEPD) luego de una reunión de trabajo de aquellos días. Aquí otra instantánea de ese mismo día.
Esta larga historia nos deja tres interrogantes muy preocupantes en relación con la credibilidad de Salinas. En primer lugar, si a inicios de 2001, según su artículo en Correo, aún mantenía gratitud con el Sodalicio, admiración por Germán Doig y el himno sodálite repicaba en su interior, ¿cómo así se dio cuenta Pedro Salinas de su condición de víctima? En segundo lugar, si a inicios de los años noventa Salinas aún mantenía una amistad con Levaggi y éste lo habría acogido en su casa y le buscó trabajo, ¿cómo pasó a ser un abusador? Y en tercer lugar ¿cómo se explica que, ya publicado el libro Mitad monjes, mitad soldados, Salinas me diga “… alucina, yo tampoco nunca vi nada” (dicho por Salinas en 2015)? ¿Cómo que nunca vio nada? Y si vio. ¿Por qué no lo denunció? Y si no vio nada, ¿Por qué otros que estuvieron en el Sodalicio en la misma época tendrían necesariamente que haber visto algo? Si ellos son encubridores, ¿Salinas no lo sería también? O por el contrario ninguno es encubridor.
He leído con atención y asombro el artículo de Pedro Salinas ante la muerte de German Doig y, en honor a la verdad, es impresionate e increible que, después de palabras tan encomiosas, ante el amigo muerto, haga después un ataque tan inmisericorde a su memoria. En esta hora, es triste y nefasto el papel que cumple Pedro Salinas. Solo nos queda esperar que la verdad se abra paso en medio de tantas medias verdades, mentiras, infundios, calumnias y difamaciones.
Se dice que no hay muerto malo, al margen de la polémica de los acontecimientos en el Sodalicio. Es indignante porque sucede en todo el mundo e incluso en nuestros caseríos cuantos hijos de sacerdotes hay. Es una realidad que hasta el Papa ha pedido perdón, que la Iglesia no ponga ante la ley inmediatamente se sepa de un acto de abuso o violación sexual.
Así no se crea, quien pasa por un acoso de cualquier índole,afecta el estado emocional, hay que vivirlo para entenderlo. Un anciano es casi inimputable. Denunciemos los excesos y más de los sacerdotes, o de cualquier autoridad de otras iglesias que hacen cosas peores.