
Por: María Ximena Rondón
Cuando uno piensa que en la vida hay cosas locas, podría pasársele por la cabeza que un terrorista tendría más derechos que un ciudadano normal.
Lo mejor para todos sería que esos pensamientos se quedaran en la región de los orates. Pero, lamentablemente, la realidad es otra y es muy cruel.
Aunque suene descabellado, esta semana la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) admitió la demanda de Víctor Polay Campos, la cabeza del grupo terrorista MRTA, contra el Perú por violar sus derechos. Aclaro que me refiero y me referiré a Polay como un terrorista porque esta gente piensa que son presos políticos y difícilmente renunciarán a sus convicciones. Además, el hecho de que presente a la CIDH una demanda contra el país al que atacó y destrozó es un signo de que aún sigue siendo un terrorista.
He señalado en textos previos que un terrorista sabe mentir muy bien y que es un manipulador experto. Puede fingir ser una pobre víctima ante la opinión pública, pero en el fondo es un asesino y quiere implantar sus ideas putrefactas.
No es secreto que la CIDH babea por los terroristas y los delincuentes. La vemos chillar cuando tocan a alguno de sus angelitos y si fuera por ella, metería presos a todos los que combaten a esas lacras sociales. Basta con recordar el caso de la operación Chavín de Huántar, la cual es considerada a nivel internacional como una de las mejores de la historia.
Sin embargo, para la CIDH y sus adeptos en Perú, no importó que uno de los comandos más rotos del país liberen una embajada (lo cual nos podría afectar internacionalmente) de un grupo terrorista enfermo, sino que se preocupa de que a los terrucos les ignoraron los derechos.
Honestamente, una entiendas con sentido común y con memoria jamás le abriría ni la más minúscula puerta a unos tipos que profesan una ideología retorcida y que mataban, secuestraban, atacaban a la población sin piedad y querían imponer un estado guerrillero inspirado en Cuba.
Lo que debe preocuparnos es si este terrorista llega a ser liberado y por los que ya han sido liberados (Gracias a la CIDH y a gente como Paniagua). Quizás ahora estén interpretando un papel de víctima y de santa paloma ante la sociedad peruana, en la qué hay un grupo de ilusos que cree en ese cuento.
Quién puede asegurarnos que en realidad estos tipos esperan determinado momento en el que se den las condiciones de libertad, de lavado de cerebro para que la opinión pública los vea como víctimas y a las Fuerzas Armadas (FF.AA) como los malos, y de tener los recursos suficientes para apoderarse del país e imponer el nuevo orden social que revolucionario que siempre quisieron.
El Movadef (brazo político de Sendero Luminoso) es una prueba de que los ideales no mueren. Aunque las FF.AA se rajaron a esos bichos, ellos optaron por el camino político y hasta han logrado que sus adeptos lleguen al gobierno.
Habría que preguntarnos cuál será la reacción de la CIDH cuando esos terroristas se quiten las máscaras y descubran que han sido los promotores de su regreso. Los derechos humanos quedarían como una burla y quizás habría que salirse del Pacto de San José porque ha sido más un estorbo para la lucha contra el terrorismo y la delincuencia que han ayuda.
O quizás (especulación responsable) se les dibuje una sonrisa en el rostro cuando uno de estos tipos les apunte con un arma sin asco. Quizás aprendan que uno nunca debe liberar a terroristas ni pensar en defenderlos. Solo un loco haría esto.