
Por: Federico Prieto Celi
Entre las oraciones que recita el sacerdote católico al bautizar a un bebé a pedido de sus padres, hay un exorcismo menor: “Yo te conjuro, espíritu inmundo, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, a que salgas y que te apartes de este siervo de Dios, N.; Jesucristo te rechaza, oh maldito condenado, Aquel que a pie enjuto caminaba sobre el mar y alargó la mano a Pedro cuando se iba sumergiendo. Así, pues, oh maldito diablo, reconoce tu justa condenación, y honra a Dios vivo y verdadero; honra a su Hijo Jesucristo y al Espíritu Santo, y márchate de este siervo de Dios, N., a quien Jesucristo, nuestro Señor y Dios, ha llamado a Sí por su gracia, con la bendición y recepción del santo Bautismo”.
El ritual propone también una fórmula breve: “Dios todopoderoso y eterno, que has enviado a tu Hijo al mundo, para librarnos del dominio de Satanás, espíritu del mal, y llevarnos así, arrancados de las tinieblas, al Reino de tu luz admirable; te pedimos que este niño, lavado del pecado original sea templo tuyo, y que el Espíritu Santo habite en él. Por Cristo nuestro Señor. Amén”.
Así, pues, quien ingresa a la Iglesia ha recibido un exorcismo para protegerle de los acosos, humillaciones o incluso de la posesión diabólica, y le de fuerzas y gracias suficientes para evitar la tendencia al pecado recibida en el pecado original. Por eso el Catecismo de la Iglesia católica explica: “Puesto que el Bautismo significa la liberación del pecado y de su instigador, el diablo, se pronuncian uno o varios exorcismos sobre el candidato”. Todos los seres humanos nacen con el pecado original (con excepción de Jesús y María). El Concilio de Trento enseñó que el pecado heredado nos hace “por naturaleza hijos de la ira”, “siervos del pecado” y “debajo del poder del diablo y de la muerte”. Al recibir el bautismo, el nuevo fiel católico recibe la gracia de Dios y pasa de la muerte a la vida, del dominio de Satanás a la Iglesia de Dios.
Inclusive existe una oración de exorcismo, verdaderamente estremecedora, porque está dirigida a fieles que han recibido alguna lesión preternatural en su vida intrauterina, estando propensa a ser dominada de alguna manera por fuerzas infernales. Esta oración tiene seis páginas, por lo que citaré solo el inicio y el tercer párrafo. “Santísima Trinidad, te alabo, te adoro y te amo. Te declaro mi único Dios y Señor. Renuncio a toda servidumbre a espíritus malignos” [….]. Virgen Santísima, sana las heridas del tercer mes de mi gestación, cuando se manifestó mi condición masculina/femenina y se configuró mi sexualidad cerebral, para que con gozo pueda aceptarla y pueda alabar y bendecir a la Trinidad por sus dones, rechazando toda atadura del maligno, si es que mis padres desearon otra condición para mí. Ven a sanar, Madre, las heridas del rechazo de mi identidad”. (Cfr. Javier Luzón Peña, Las Seis puertas del Enemigo, pp. 207-213).
La Iglesia católica administra a través de sus ministros los sacramentos que Jesús nos ha dejado para recibir la gracia suficiente para esforzarnos durante toda la vida por imitarle, santificándonos a través de la familia y el trabajo de cada día. En una oportunidad los apóstoles no pudieron expulsar un demonio, de tal manera que lo tuvo que hacer Jesús, diciendo: “-Espíritu mudo y sordo, yo te ordeno que salgas de este muchacho y que no vuelvas a entrar en él. El espíritu gritó, e hizo que le diera otro ataque al muchacho. Luego salió de él, dejándolo como muerto. Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó; y el muchacho se puso de pie. Luego Jesús entró en una casa, y sus discípulos le preguntaron a solas: -¿Por qué nosotros no pudimos expulsar ese espíritu? Y Jesús les contestó: -A esta clase de demonios solamente se la puede expulsar por medio de la oración.” (Mc 9, 29).