Por: Luciano Revoredo
En la actualidad, los enfrentamientos y conflictos armados no se limitan únicamente a confrontaciones entre naciones, sino que también abarcan conflictos entre instituciones ajenas a las naciones, tales como grupos terroristas, organizaciones criminales, grandes grupos de poder y movimientos insurgentes.
Además, la guerra contemporánea abarca no solo aspectos militares, sino también dimensiones políticas, económicas, cibernéticas, culturales y sociales. Estos enfrentamientos pueden surgir por la disputa de recursos naturales, el control político, la influencia regional o motivaciones ideológicas, lo que amplía y diversifica enormemente la concepción tradicional de la guerra.
A esto hay que sumar que en la actualidad existen ejércitos privados más grandes que algunos ejércitos nacionales. Un fenómeno muy preocupante. Estas organizaciones operando fuera del control gubernamental, nos ponen ante desafíos significativos para la estabilidad y el orden mundial.
La disparidad de poder entre los ejércitos privados y los nacionales plantea interrogantes sobre la capacidad de los estados para mantener el monopolio legítimo del uso de la fuerza, así como sobre el impacto que estos actores privados pueden tener en la estabilidad política y la protección de los derechos humanos.
La participación de estos ejércitos en actividades ilícitas es una situación imprevisible y que se encuentra a la vuelta de la esquina y que plantea serios desafíos a la estabilidad global. En ese sentido se podría decir que estamos a las puertas de lo que el gran pensador ruso del siglo XIX Nicolás Berdiaev llamó una “nueva edad media”.
La idea sobre la cual reflexionar es que, al igual que en la Edad Media, estamos ante un retorno a estructuras sociales descentralizadas, un cuestionamiento de las instituciones establecidas, y una mayor importancia de las identidades locales o grupales en comparación con las identidades nacionales o globales. Esto sumado a las nuevas formas de guerra, nos pone ante un futuro incierto.
En el caso del Perú, inserto en la realidad hispanoamericana, no somos ajenos a estos conflictos. La presencia del narcotráfico y la creación de narcoestados como México con aliados como Venezuela, bajo la batuta del Foro de Sao Paulo, nos plantea un escenario preocupante, del cual se han desmarcado claramente Argentina, Ecuador y El Salvador. Sin embargo, nuestro país sigue bajo el bombardeo ideológico de esta nueva forma de guerra.
La estrategia del enemigo es clara. Se trata de destruir la clase política. Hacer que la población deplore a sus autoridades. Simultáneamente degradar a la Fuerzas Armadas, convertir a los ejércitos en simple policía, corromper a las fuerzas políticas, destruir los partidos. Esa es la estrategia. Una vez logrado esto, los países son colonizados cultural e ideológicamente. Este escenario nos resulta familiar en el Perú. Situación que ya se ha dado en España y Argentina, por ejemplo. Felizmente hubo la reacción de Abascal y VOX en España y de Milei en Argentina que están frenando la ofensiva.
En el Perú los caviares y su agenda ideológica y los radicales que llegaron al poder con Castillo han trabajado mucho en destruir la clase política y degradar a la Fuerzas Armadas. El terreno está fértil para la ofensiva ideológica comunista promovida desde Cuba a través del Foro de Sao Paulo. La reacción en contra está en nuestras manos.
Mucho se dice el qué y poco el cómo. Tampoco se ha dicho el quién. Teniendo en consideración que los grupos económicos detrás de los medios, solo buscan su propio beneficio de muy corto plazo, no se ve que defensiva pueda darse ante el avasallamiento, y teniendo a la gente adormecida con chabucas y eegs. No sé ve por dónde. Hará falta un milagro. Que sigan los Rosarios de hombres por ejemplo.