Por: Alfonso Chunga Ramírez
Abraham Kong dedicaba los días a pasear por los naranjos de Huando. Su timidez le prohibía hablar con los trabajadores. El Sindicato, a falta de mejores juicios, decidió que su labor era espiar a los campesinos y lo condenó en sus resentimientos.
Alejandro Sánchez Vallejos vigilaba en Laredo el crecimiento de la caña. Vivía obsesionado con los procedimientos de cultivo, zafra, transporte, molienda. Cada trabajador de la hacienda tuvo que recibir alguna reprimenda por descuidos o distracciones en el manejo de los plantíos. Como era de esperarse, los sindicalistas optaron por declararlo persona no grata.
Cuando Velasco, el inútil, declaró el estado de ociosidad universal, los campos confiscados fueron escenarios de actos de vesania que aún hoy sólo podemos atribuir a la ignorancia.
Conforme a las instrucciones precisas de los militares, las casas hacienda fueron objeto de saqueo. En verdad, las meznadas menesterosas recogían lo que militares y burócratas dejaban luego de su privilegiado saqueo de gobernantes. En Huando, los extremistas se ensañaron con los caballos de paso, a los que cocinaron en revolucionarias parrilladas de badulaques. Todavía con la tufarada de la resaca, despidieron sin derecho laboral alguno a Abraham Kong y en Laredo por igual sentenciaron el despido del Ingeniero Sánchez Vallejos.
Alejandro Sánchez Vallejos, Superintendente de Fábrica en Laredo, había conseguido 500 toneladas de sacarosa por hectárea. Todavía sigue siendo récord mundial. Las producciones con la moderna tecnología, escasamente alcanzan 300 toneladas.
Abraham Kong paseaba los naranjos, no para espiar a los trabajadores, sino en busca de los nidos de la mosca. Tomaba muestras en el campo y desarrollaba los medios para exterminarla sin afectar el fruto. Era una labor minuciosa, tenía que ser cotidiana y constante porque el círculo de reproducción de los bichos se cuenta por horas. Las naranjas Huando fueron recibidas en los mercados más exigentes del mundo por ser productos totalmente sanos.
La expulsión de técnicos de las empresas agroindustriales fue obligación de los cooperativistas revolucionarios. Los militares crearon el COAP para tirarse la plata con el pretexto de la asesoría que nunca prestaron. En seis meses los cítricos de Huando fueron víctimas de las plagas. A la vuelta de un año los cooperativistas de Laredo sembraban la mitad de los campos sembrados por la empresa.
Fueron los técnicos expulsados de los campos peruanos los que fundaron la agroindustria azucarera en Colombia. Una de aquellas empresas fue la que compró Laredo a los parceleros herederos de la Reforma. La empresa es ahora propiedad privada de una empresa extranjera, pero el Estado peruano se niega a pagar a los expropiados la prestación indemnizatoria constituida en el proceso confiscatorio. En el 2008, el Quinto Juzgado Civil de Trujillo sentenció al gobierno el pago del valor actualizado de la prestación indemnizatoria.
En doce años, los gobernantes han preferido tirarse la plata en sobornos, que acatar aquella sentencia. Así es como los gobernantes repiten el suicidio temerario de hace cincuenta años.