Iglesia

EL OBISPO MODERNISTA CONTRA LA CONFESIÓN FRECUENTE

Por: Tomás I. González Pondal
Hoy le he enviado a un sacerdote amigo mío lo que ha dicho el cardenal Ambongo: “La Iglesia en Europa se está muriendo, y cuando vas a las Iglesias están vacías”. Mi respuesta a lo que ve con evidencia el cardenal es una sola: eso es la obra del modernismo, modernismo que a quienes lo denuncian lo apalean, lo excomulgan o lo tratan de loco.
El obispo modernista impulsa la comunión en la mano; sostiene que eso de “soldado de Cristo, ¡cuidado!, no se lo tomen literal, nada de guerreros” y otras ideas de estilo sensiblero; introducción a más no poder de esa infernal invención de los ministros extraordinarios de la Eucaristía; y también, entre tantas otras tergiversaciones de la buena doctrina, ya tienen por patológico a la confesión frecuente.
Lo patológico es la confesión infrecuente. Allí aparecerá la soberbia que hace que el hombre de tanto creerse bueno o perfecto no necesita del sacramento de la penitencia; allí aparecerá la prueba triste de una voluntad quebrada que implora de Dios salir de ahí; aparecerá una traba psíquica que debe ser resuelta; en fin, algo que claramente muestra que algo grave sucede.
Somos seres de barro, que no obramos la amistad de Dios. Hoy más que nunca ¡no obramos la amistad de Dios! Pues hoy más que nunca necesitamos de la confesión frecuente, y ¡hoy más nunca vemos las Iglesias vacías de confesores!, y, para colmo de males, abundan obispos que poco y nada quieren de frecuentes confesiones.
El Padre Pío pasaba horas y horas confesando. El Santo Cura de Ars también lo hacía, y cómo será cuanto le molestaba eso al demonio, que este un día pronunció, muy a su pesar, lo siguiente: “Si hubiera tres como tú en la tierra mi reino sería destruido. Tú me has quitado más de 80.000 mil almas”. Se refería a lo que hizo con el sacramento de la confesión.
Miren lo que enseñó el gran teólogo Antonio Royo Marín en su obra “Teología de la Perfección Cristiana”. Cita a Santo Tomas de Aquino quien sostiene que la confesión debe ser ‘frecuente’ (p.448), agregando: “Frecuente: Para que la confesión resulte un ejercicio altamente santificados es menester que sea frecuente (…). Santos hubo -tales como San Vicente Ferrer, Santa Catalina de Siena, San Ignacio de Loyola, San Francisco de Borja, San Carlos Borromeo y San Alfonso María de Ligorio- que se confesaban todos los días; no por escrúpulos ni ansiedades de conciencia, sino porque tenían sed de Dios y sabían que uno de los medios más eficaces para adelantar en la perfección era la humilde y contrita recepción del sacramento de la penitencia. El alma que aspira seriamente a santificar no se dispensará jamás al menos de la confesión semanal” (ed. B.A.C., septima edición, 1994, España, p. 449).
Ahí tienen ustedes el contraste impresionante entre las enseñanzas de los modernistas y las de los santos y teólogos serios: unos, tienen por patológico el confesarse con frecuencia, los otros, los realmente católicos, tienen a la frecuencia como algo normal, humilde y santificador. Para unos la frecuencia les hace sospechar anormalidad, para los otros la frecuencia es señal de estar tomándose en serio la santificación.
Debe ser rechazada la soberbia modernista aunque se presente con su ya conocido ropaje de sencilla, pacifista, pro activista, y dulzona puertas afuera.
Ahí están las Iglesias vacías, los confesionarios vacíos. Ahí está no solo lo patológico sino la soberbia humana que ya grita a más no poder: “Dios, no te necesitamos, no molestes”.
El modernista es la clase de sujeto que aprobará que vayas frecuentemente a algún psicólogo pero que desaprobará como patológico la frecuencia del sacramento de la penitencia.
Una vez más: regresemos a la Tradición Católica, pues allí está la humildad que requiere el hombre para alcanzar la amistad con Dios.

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