Iglesia

El ‘affaire Álvarez’, una premonición de lo que nos espera

En otros países ya nos han llegado noticias de pastores condenados por citar a San Pablo y, en realidad, todo es perfectamente lógico.

Por: Carlos Esteban

Que el obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez tenga que comparecer ante la Fiscalía de la Audiencia Provincial de Santa Cruz de Tenerife por haber dicho en una entrevista que la actividad homosexual es un pecado mortal es solo el pistoletazo de salida de un proceso evidente para quien quiera verlo: el mensaje moral del catolicismo es radicalmente incompatible con la religión oficial implícita de nuestro tiempo.

Era, es, cuestión de tiempo. En otros países ya nos han llegado noticias de pastores condenados por citar a San Pablo y, en realidad, todo es perfectamente lógico. Los llamados ‘delitos de odio’ son, en realidad, lo que Orwell llamaba en su novela 1984 ‘crímenes del pensamiento’, que en el caso que nos ocupa se definen, no por la intención de quien los comete, sino por la ofensa percibida por el colectivo más o menos nebuloso de ‘ofendidos’.

Esto lleva automáticamente, si queremos ser racionales, a que la doctrina moral de la Iglesia y sus Escrituras deban ser consideradas delictivas ‘prima facie’. Opinar que todo un estilo de vida que actualmente no se tolera, sino que se celebra, aplaude y promueve, es un pecado mortal no puede ni va a aceptarlo nuestra civilización.

Hasta ahora, la Iglesia y el Poder han logrado no apurar las consecuencias de esta obvia conclusión por un pacto tácito. Al poder civil no le interesa presentarse aún directamente como un perseguidor del cristianismo, y aún no exige a los prelados que denuncien su propia doctrina multisecular y la declaren oficialmente abolida: les basta con que no la prediquen.

Y, en líneas generales, es lo que hace la jerarquía eclesiástica, que insiste en la acogida y la no discriminación, y deja para otro día pronunciarse sobre la ilicitud de los actos en sí. Porque ahí está el gran truco de esta comedia, en aprovechar la ambigüedad y difuminar los tajantes límites entre una orientación sexual -que, evidentemente, ni es ni puede ser un pecado- con la actividad concreta que históricamente se ha denominado ‘sodomía’.

No es el único caso. De hecho, los puntos de doctrina en los que la moral católica choca violentamente con la visión oficiosa del siglo, cada vez más decidido a hacerla obligatoria, son abundantes, y para saber cuáles son basta con fijarse en las cosas de las que nunca hablan los obispos si pueden evitarlo, que casi siempre pueden.

Dejar una respuesta