Iglesia

CUANDO LOS MEDIOCRES INTENTAN GOBERNAR LA IGLESIA

Por: Carlos Balén

Dicen que el demonio se disfraza de ángel de luz. Pero a veces ni se molesta. Se presenta tal cual, con alzacuellos torcido, libreta de periodista, y una carta abierta bajo el brazo. Y lo más preocupante no es su aspecto, sino su pretensión: parecen convencidos de que pueden llevar al Papa al abismo si se lo proponen.

Ha pasado ya un mes desde el frustrado intento de manipulación diplomática que tuvo como protagonista (o víctima) al alcalde de Lima. Pero lejos de moderarse, el núcleo duro del “lobby Sodalicio” —Pedro Salinas, Paola Ugaz, Jordi Bertomeu y, por supuesto, José Enrique Escardó— ha intensificado su presión. Ya no se conforman con condicionar saludos. Ahora marcan nombramientos, celebran sanciones, dictan doctrina y se permiten incluso revictimizar a las propias víctimas que dicen defender.

La reciente decisión del Papa León XIV de nombrar tres comisarios adjuntos para colaborar con Bertomeu en la liquidación del Sodalicio ha sido presentada como una victoria de los buenos. Y sin embargo, todo en esa escenificación huele a huida hacia adelante. A una jugada desesperada para mantener la narrativa de que el Papa sigue las instrucciones del “trío calavera” sin rechistar.

Los mismos actores de siempre —Ugaz, Salinas, Escardó— repiten con insistencia: que conocen al Papa, que han hablado con él, que confían en Bertomeu, que lo tienen “todo documentado”. Que si no se hace lo que ellos dicen, no habrá justicia. ¿Y si no están buscando justicia, sino control?

Porque mientras lanzan elogios al Papa por “seguir el proceso de cerca”, lo exponen públicamente como si fuera una pieza más de su tablero. Y si algún tribunal —como el de Toledo— se permite disentir o poner en duda sus relatos, lo acusan de revictimizar y piden su inmediata corrección. Así no se construye justicia. Así se impone una hegemonía ideológica, no la verdad de los hechos.

Escardó, cuya historia merece sin duda escucha y compasión, ha pasado de símbolo de denuncia a tótem intocable de una narrativa cada vez más tóxica. Cualquier matiz, cualquier duda, cualquier intento de objetivar su testimonio es considerado herejía institucional.

Y eso, lejos de ayudarle, lo convierte en rehén de una causa que ya no busca justicia sino venganza, visibilidad y poder. Sus palabras se usan como ariete. Su dolor, como blindaje. Su historia, como amenaza. Y todo se resume en una frase terrible: “Si el Papa no hace lo que queremos, también él será culpable”.

Prevost debe liberarse de este yugo

El Papa León XIV, que heredó el caso del Sodalicio y lo conoce mejor que nadie, haría bien en cerrar definitivamente el capítulo de Chiclayo y poner distancia con quienes han hecho de este caso su plataforma de poder. Lo mejor que puede hacer el cardenal Prevost es liberarse cuanto antes de esta red de manipulación mediocre, antes de que acaben arrastrando su pontificado —y a la Iglesia entera— al descrédito total.

Porque una cosa es atender a las víctimas con respeto y justicia. Y otra, muy distinta, es permitir que la Iglesia sea rehén de una camarilla que ha hecho del chantaje emocional su única herramienta política.

Si de verdad queremos una Iglesia libre, limpia y fuerte, el primer paso es cortar la cadena de favores, miedos y presiones que algunos han construido sobre el dolor de otros. Y si para eso hay que decir basta a Salinas, Ugaz, Bertomeu y compañía, más vale hacerlo hoy que lamentarlo mañana.

 

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